Santos católicos

Juan el Apóstol

Juan el Apóstol

Juan el Apóstol ( hebreo יוחנן Yohanan, «el Señor es misericordioso ») fue, según diversos textos neotestamentarios ( Evangelios sinópticos, Hechos de los Apóstoles, Epístola a los Gálatas ), uno de los discípulos más destacados de Jesús de Nazaret, nativo de Galilea, hermano de Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo.

Su madre podría ser Salomé.

Era pescador de oficio en el mar de Galilea, como otros apóstoles.

La mayoría de los autores lo considera el más joven del grupo de «los Doce».

Probablemente vivía en Cafarnaún, compañero de Pedro.

Junto a su hermano Santiago, Jesús los llamó בני רעם Bnéy-ré'em ( arameo ), Bnéy Rá'am (hebreo), que ha pasado por el griego al español como «Boanerges», y que significa «hijos del trueno», por su gran ímpetu.

Juan pertenecía al llamado «círculo de dilectos» de Jesús que estuvo con él en ocasiones especiales: en la resurrección de la hija de Jairo, en la transfiguración de Jesús, y en el huerto de Getsemaní, donde Jesús se retiró a orar en agonía ante la perspectiva de su pasión y muerte.

También fue testigo privilegiado de las apariciones de Jesús resucitado y de la pesca milagrosa en el Mar de Tiberíades.

Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, Pentecostés encontró a Juan el Apóstol en espera orante, ya como uno de los máximos referentes junto a Pedro de la primera comunidad.

Juan acompañó a Pedro, tanto en la predicación inicial en el Templo de Jerusalén (donde, apresados, llegaron a comparecer ante el Gran Sanedrín por causa de Jesús), como en su viaje de predicación a Samaría.

La mención del nombre «Juan», antecedido por el de «Santiago» y el de «Cefas» (Simón Pedro), como uno de los «pilares» de la Iglesia primitiva por parte de Pablo de Tarso en su epístola a los Gálatas es interpretada por la mayoría de los estudiosos como referencia de la presencia de Juan el Apóstol en el Concilio de Jerusalén.

Las polémicas que sobre él se abatieron y aún se abaten (en particular, si Juan el Apóstol y Juan el Evangelista fueron o no la misma persona, y si Juan el Apóstol fue autor o inspirador de otros libros del Nuevo Testamento, como el Apocalipsis y las Epístolas joánicas - Primera, Segunda y Tercera -) no impiden ver la tremenda personalidad y la altura espiritual que a Juan se adjudica, no sólo en el cristianismo, sino en la cultura universal.

Muchos autores lo han identificado con el discípulo a quien Jesús amaba, que cuidó de María, madre de Jesús, a pedido del propio crucificado ( Stabat Mater ).

Diversos textos patrísticos le adjudican su destierro en Patmos durante el gobierno de Domiciano, y una prolongada estancia en Éfeso, constituido en fundamento de la vigorosa «comunidad joánica», en cuyo marco habría muerto a edad avanzada.

A través de la historia, su figura ha sido asociada con la cumbre de la mística experimental cristiana.

Su presencia en artes tan diversas como la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, la literatura, y la cinematografía es notable.

La Iglesia católica, la ortodoxa, y la anglicana entre otras, lo celebran en distintas festividades (ver ficha).

El águila es probablemente el atributo más conocido de Juan, como símbolo de la «devoradora pasión del espíritu» que caracterizó a este hombre.

Precisiones sobre fuentes y alcances

Juan el Apóstol, al igual que la mayoría de las personalidades de la primera comunidad cristiana, no se verifica en fuentes del siglo I que no sean los escritos neotestamentarios.

La mayor parte de la información con que se cuenta en nuestros días sobre Juan el Apóstol surge de la aplicación del método histórico-crítico (es decir, el proceso científico de investigar la transmisión, desarrollo y origen de un texto) a fuentes primarias, que consisten en diferentes pasajes del Nuevo Testamento y en otros materiales considerados apócrifos por las distintas confesiones cristianas.

A esto se suma el análisis de documentos de la época patrística, que incluyen tradiciones tanto escritas como orales provenientes de las diversas comunidades y escritores cristianos, tradiciones que a veces difieren entre sí.

La complejidad de una síntesis sobre Juan el Apóstol viene dada por la cantidad de antecedentes especulativos existentes sobre su figura para lograr una amalgama de todo lo valioso que contienen las diferentes aportaciones.

De hecho, sólo se puede obtener una apreciación correcta de los problemas planteados respecto de Juan y de sus posibles soluciones si se considera la diversidad de enfoques.

Ya Adolf von Harnack (1851-1930), teólogo luterano alemán que contribuyó a la llamada « búsqueda del Jesús histórico », puntualizó que el Evangelio que lleva el nombre de Juan es uno de los mayores enigmas del cristianismo primitivo.

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11 Años después, el teólogo y catedrático protestante Charles Harold Dodd (1884-1973) refrendó el comentario anterior diciendo que, si comprendemos a Juan, habremos comprendido qué era realmente el cristianismo primitivo.

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11 Por su parte, el exégeta y catedrático católico Raymond Edward Brown (1928-1998) destacó que la brillante originalidad de los muchos y excelentes comentarios en inglés y alemán referidos a Juan, sumada a la abundante bibliografía periódica sobre el Evangelio de Juan, han hecho que los estudios joánicos adquieran una embarazosa frondosidad.

Más aún, Brown señaló en 1966 que, en el apogeo de la crítica liberal de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, pocos críticos aceptaban siquiera una ligera conexión entre el Evangelio de Juan y Juan hijo de Zebedeo.

En cambio –prosiguió Brown–, después de la segunda guerra mundial se plasmó lo que se denominó «nueva visión» de los escritos joánicos, que presenta muchos puntos de contacto con la visión tradicional del cristianismo.

Así, el Evangelio de Juan se rehabilitó de la crítica que lo consideraba gnóstico, y algunos críticos volvieron a sugerir que «en todo ello tiene algo que ver Juan, hijo de Zebedeo».

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Por lo tanto, este artículo incluye en su desarrollo diferentes fuentes primarias fácilmente identificables: pasajes del Nuevo Testamento, apócrifos neotestamentarios y, para algunos puntos, escritos patrísticos que puedan brindar información adicional proveniente de algunos Santos Padres (Ireneo de Lyon, Papías de Hierápolis, Justino Mártir, Melitón de Sardes, Clemente de Alejandría, Jerónimo de Estridón, etc.) o de escritores eclesiásticos (Orígenes, Tertuliano, Eusebio de Cesarea, etc.) de los primeros siglos del cristianismo.

En simultaneidad con las fuentes primarias y, en mayor grado, al tratar puntos controvertidos, se introducen múltiples y variadas fuentes secundarias de análisis e interpretación, incluyendo las opiniones de autores de diferentes confesiones cristianas (católicos, protestantes, ortodoxos, anglicanos, etc.) como así también algunas opiniones agnósticas.

Las mayores aportaciones vienen dadas por las escuelas inglesa/norteamericana y alemana, aunque no se circunscriben a ellas, siendo por ejemplo destacables para algunos temas los aportes de escritores vinculados a las iglesias de Oriente o a la escuela francesa.

La participación de autores de religiones no cristianas en el análisis de Juan el hijo de Zebedeo es exigua en comparación con los anteriores.

A diferencia del análisis de la persona de Juan el Apóstol en sí, su impacto en la cultura es fácilmente verificable, particularmente en fuentes generales de la historia del arte.

Juan en sus inicios: la vocación de los hijos de Zebedeo

Juan, quien luego sería apóstol de Jesús de Nazaret, es presentado en las Sagradas Escrituras como uno de los dos hijos de Zebedeo, hermano de Santiago y compañero de Simón Pedro ( Lucas 5:10).

Los tres Evangelios sinópticos lo sitúan inicialmente como pescador de Galilea, cuya vocación por el seguimiento de Jesús irrumpe a orillas del lago de Genesaret, situándose Juan entre sus primeros cuatro discípulos.

Bordeando el mar de Galilea, (Jesús) vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores.

Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron.

Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan : estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó.

Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

La palabra «jornaleros» indica una retribución a sueldo por un trabajo.

Esto permite inferir que Zebedeo, padre de Juan y Santiago, dentro de la modestia de un pescador de Galilea, tenía un cierto desahogo económico: era propietario de «redes» ( Mateo 4:21 ), sin duda, de algunas barcas, y tenía «jornaleros» para sus faenas.

El análisis comparado de textos de los Evangelios sinópticos parece indicar que la madre de Juan fue Salomé, una de las mujeres que siguieron a Jesús durante su vida pública (cf.

Marcos 10:37) hasta su muerte.

Si se cotejan los pasajes referidos a la muerte de Jesús, en Mateo 27:56 («Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo») y en Marcos 15:40 («Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea») se puede inferir que Salomé sería la esposa de Zebedeo y madre de Santiago el Mayor y de Juan.

Por el Evangelio de Lucas se sabe que entre Pedro, Juan y Santiago, tenían al menos establecida un cierta «sociedad» de pesca pues, como se detalla más adelante, eran «compañeros»:

Cuando (Jesús) acabó de hablar dijo a Simón: «Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar.» Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces de modo que las redes amenazaban romperse.

Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran en su ayuda.Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador».

Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado.

Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Por la forma de ejercicio del sacerdocio en esa época, no se descarta que Zebedeo pudiera ser levita, con una casa de paso en el barrio de Jerusalén habitado por esenios o en sus cercanías, y quizá con otra propiedad en Galilea, mientras la pesca en el lago podría ayudarle al sostenimiento familiar.

Se ha considerado que una empresa de pesca de mediana envergadura podría ser proveedora de pescado al propio Templo de Jerusalén.

En efecto, el mar de Galilea, que aún no siendo de grandes dimensiones es el principal reservorio de agua dulce de la región, se convirtió en un centro de pesca de gran importancia para el mundo judío.

Es razonable que los judíos dieran preferencia al pescado capturado por pescadores judíos frente al pescado suministrado por los gentiles, ya que el primero garantizaba el cumplimiento de los preceptos rabínicos de «pureza» alimentaria, evitando tratamientos que pudiesen tornar el alimento en impuro.

De hecho, el mar de Galilea se caracterizó por albergar diversos «emprendimientos» pesqueros, que involucraban no sólo a las familias de los pescadores sino también a los trabajadores contratados, a los proveedores de materias primas y de otros productos, a los «procesadores» de pescado, a los «empacadores» y a los transportistas.

Resultan de particular interés los términos utilizados por el Evangelio de Lucas: « hicieron señas a sus socios ( metachoi ) del otro barco »; « Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, eran compañeros ( koinônoi ) con Simón», es decir, había un sentido de comunión previo a la existencia del grupo de «los Doce», una especie de relación cooperativa establecida entre la familia de Jonás (padre de Simón Pedro), y la de Zebedeo (padre de Santiago y Juan), que podían permitirse tener asalariados en su nónima.

En resumen, se desprende que Zebedeo no era un simple pescador, sino que poseía barcas, redes y daba trabajo a diversos jornaleros, lo que hacía posible que sus hijos pudieran dejarlo para seguir más estrechamente a Jesús.

La vocación de Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan presenta una forma semejante en los tres Evangelios sinópticos.

Se omite probablemente la comunicación previa entre Jesús y quienes serían los primeros discípulos, como también el proceso psicológico resultante de ese trato.

Según el Evangelio de Juan, el primer contacto habría tenido lugar en el Jordán ( Juan 1:35-42).

Andrés y otro discípulo cuyo nombre no se menciona, hasta ese momento discípulos de Juan el Bautista, mantienen una primera conversación con Jesús.

Algunos estudiosos como Alfred Wikenhauser (1883-1960) y Raymond E.

Brown (1928-1998) sostienen que ese discípulo cuyo nombre no aparece era el propio Juan.

pp.

105-106; pp.

286-287

Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí –que quiere decir, 'Maestro'– ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día.

Era más o menos la hora décima.

Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían seguido a Jesús.

De ser precisa la interpretación de Wikenhauser y de Brown, Juan el Apóstol habría sido discípulo de Juan el Bautista antes de seguir a Jesús de Nazaret.

Ya desde el comienzo del ministerio público de Jesús, Juan, hijo de Zebedeo, forma parte de un grupo selecto.

Por ejemplo, a la salida de la sinagoga, Juan y Santiago, se dirigen a la casa de Pedro y Andrés, donde presencian como Jesús cura a la suegra de Pedro que padece fiebre ( Marcos 1:29-31).

Uno de «los Doce»

Los tres pasajes evangélicos que hacen alusión a la institución de «los Doce» Apóstoles mencionan a Juan ( Marcos 3:17; Mateo 10:2; Lucas 6:14).

Pero el evangelista Marcos hace una referencia particular, quizá debida al ímpetu de los hijos de Zebedeo:

Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno.

A diferencia de Simón, hijo de Jonás, a quien Jesús le modifica su nombre por el de Pedro en señal de dominio, no hay modificación del nombre de los hermanos Zebedeo, pero sí una calificación que algunos autores argumentan posteriormente con el pasaje único de Lucas, en el que se hace referencia a una mala acogida en un pueblo samaritano.

La hostilidad de los samaritanos contra judíos y galileos era proverbial.

Los samaritanos eran considerados cismáticos.

Jesús se dirige a Jerusalén por el camino más directo, por Samaría, en lugar de ir por los caminos más frecuentados: por la costa occidental o por el Jordán abajo.

Sin embargo, al buscar hospedaje, no es recibido.

(Jesús) se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén.

Al verlo, sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» Pero volviéndose, (Jesús) los reprendió y se fueron a otro pueblo.

Según Leal, los dos hermanos Santiago y Juan justificarían así el apelativo de «hijos del trueno» que le diera Jesús.

Él no aprueba ese celo demasiado humano, pero ese ímpetu bien canalizado podría ser un medio eficaz para la obra pretendida por Jesús.

El académico estadounidense Alan Culpepper destaca el significado dado por el teólogo alemán Otto Wilhelm Betz (1917-2005) a las expresiones «Boanerges» e «hijos del trueno».

El término «Boanerges» pertenece a una tradición temprana, que provendría incluso del mismo Jesús, puesto que la comunidad cristiana primitiva no tendría ningún interés en dar a sus pilares ese tipo de nombres.

Así también, Jesús habría llamado a los dos hermanos «hijos del trueno», no como un apodo despectivo, sino como una promesa de lo que llegarían a ser.

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40 La sugerencia –dice Culpepper– de que el nombre, como en el caso de Pedro, sea una promesa o una previsión de la grandeza que alcanzarían los hijos de Zebedeo es muy meritoria.

Dándoles el nombre de «Boanerges», Jesús habría anunciado que Santiago el Mayor y Juan se convertirían en «hijos del trueno», testigos valientes como «voces del cielo».

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40

Uno del «círculo de dilectos»

Contrariamente a las costumbres de la época, según las cuales los discípulos elegían a los maestros que los guiarían, el Evangelio señala que es Jesús quien elige a sus discípulos: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» ( Juan 15:16).

Y Jesús elige a su vez, dentro del grupo de los doce Apóstoles, a un círculo más restringido de sólo tres (a veces cuatro), quienes lo acompañan en situaciones especiales.

Ellos son Simón Pedro, Santiago y Juan, a quienes en alguna ocasión se suma Andrés.

Siempre según los Evangelios, Juan, junto con Pedro y Santiago,acompaña a Jesús:

Esta situación de relieve hace comprensible que Juan tome la iniciativa para mantener posiciones de privilegio:

En ese momento, Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para echar fuera demonios, y le dijimos que no lo hiciera, pues no te sigue junto a nosotros.»

Así mismo, resulta entendible que Juan y Santiago ( Marcos 10:35-41), en conjunto con su madre, quieran asegurarse una colocación distinguida:

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo.

Él le dijo: «¿Qué quieres?» Ella le dijo: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.» Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís.

¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?» Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Él les dijo: «Mi copa, sí la beberéis, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre.» Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

Jesús aprovecha la ocasión para enseñar que, entre sus seguidores, ninguno debe hacer sentir su dignidad, sino que debe obrar como el servidor de los demás, de la misma forma que él vino a servir y no a ser servido.

Inmediatamente antes de la Pasión, se encuentra nuevamente a Juan el Apóstol formando parte del «círculo de dilectos» de Jesús en dos oportunidades especiales:

Llegó el día de los Ázimos, en el que se había de sacrificar el cordero de la Pascua; y (Jesús) envió a Pedro y a Juan diciendo: «Id y preparadnos la Pascua para que la comamos.»

Fueron a la propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y les dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras yo hago oración.» Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia.

Y les dijo: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.»

Finalmente, encontramos a Juan y Santiago el Mayor, mencionados indirectamente como «hijos de Zebedeo», formando parte del grupo restringido de discípulos testigos del último signo realizado por Jesús ya resucitado: su aparición a orillas del lago de Tiberíades y la pesca milagrosa.

Se trata de la única referencia en el Evangelio de Juan a los dos «hijos de Zebedeo», ubicada en el epílogo del evangelio.

Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.

Se manifestó de esta manera.

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.

Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestaron ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Díjoles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.» Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.

En la primera comunidad cristiana

Luego de la Pascua de resurrección y de la Ascensión de Jesucristo, el Libro de los Hechos de los Apóstoles registra a Juan, como el segundo apóstol después de Pedro, en espera de Pentecostés junto con otros.

Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático.

Y cuando llegaron, subieron a la estancia superior, donde vivían.

Pedro, Juan, Santiago y Andrés ; Felipe y Tomás ; Bartolomé y Mateo ; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago.

Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

Mientras que, al momento de la elección de «los Doce», los Evangelios de Mateo y de Lucas citan a Juan el Apóstol en cuarto lugar ( Mateo 10:2; Lucas 6:14), y el Evangelio de Marcos lo refiere en tercer lugar ( Marcos 3:16-17), posteriormente Lucas lo llega a colocar en su Evangelio en segundo lugar ( Lucas 8:5; Lucas 9:28), desplazando en el orden incluso a su hermano mayor, Santiago.

Más aún, inmediatamente antes de Pentecostés los Hechos de los Apóstoles lo sitúan también en el segundo lugar después de Pedro ( Hechos 1:13).

Esto parece poner de manifiesto el reconocimiento que Juan el Apóstol ya había ganado para entonces dentro de la primera comunidad cristiana.

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28-29 y 48

El trabajo apostólico junto a Simón Pedro parece intensificarse desde entonces, pues Juan aparece acompañándolo en varios pasajes de los Hechos de los Apóstoles.

El pasaje que narra la curación del tullido de nacimiento, el discurso de Pedro al pueblo, la comparencia de Pedro y Juan ante el Gran Sanedrín y el asombro del tribunal supremo de Israel ante estos dos Apóstoles constituye uno de los pasajes más emblemáticos del Libro de los « Hechos de los Apóstoles » (ver: Hechos 3:1-4:22 ):

Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona.

Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo.

Éste, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna.

Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: «Míranos.» Él les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos.

Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.» Y tomándole de la mano derecha lo levantó.

Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos y de un salto se puso de pie y andaba Todo el pueblo le vio como andaba y alababa a Dios ; le reconocían, pues él era el que pedía limosna sentado junto a la puerta Hermosa del Templo, y se quedaron llenos de estupor y asombro por lo que había sucedido.

Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, presa de estupor, corrió donde ellos al pórtico de Salomón.

Al comparecer al día siguiente, Pedro y Juan muestran tal valentía al declarar ante los jefes, ancianos y escribas, Anás, Caifás y Jonatán, Alejandro y cuantos pertenecen a la estirpe de los sumos sacerdotes, que estos quedan maravillados, sabiendo que se trata de hombres sin instrucción ni cultura.

Entonces se dijeron: «A fin de que esto no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen ya más a nadie en este nombre.» Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús.

Mas Pedro y Juan les contestaron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios.

No podemos nosotros dejar de hablar de los que hemos visto y oído.»

Algunos autores han analizado la falta de cultura señalada en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles como argumento en contra de la presunta autoría del Evangelio de Juan por parte del Apóstol.

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37 Sin embargo, esa condición de su juventud no pareció ser óbice para una excelente capacidad de comunicación frente al pueblo y al Gran Sanedrín, cuyos miembros quedaron «maravillados».

Por otra parte, el Evangelio fue escrito no menos de medio siglo después, ya que no se puede pensar en una composición anterior a los últimos años del siglo I.

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42;

La oración final del pasaje de los Hechos de los Apóstoles, puesta en labios de Pedro y de Juan conjuntamente, contiene una forma de expresión que se reiteraría en los escritos joánicos.

Si se compara la frase manifestada por Pedro y Juan con el pasaje de la I Epístola de Juan, puede verse su similitud:

Otra aparición explícita de Juan tiene lugar acompañando a Pedro en el evangelización en Samaría, fechada por la Escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén ( École Biblique et Archéologique Française de Jérusalem ) entre 34 y 45.

Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.

Estos bajaron y oraron con ellos para que recibieran el Espíritu Santo.

Ellos, después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos.

Al yuxtaponer el pasaje de Lucas 9:54 (señalado más arriba), en el que Juan y Santiago ofrecen hacer bajar fuego del cielo para consumir a un pueblo samaritano, con el pasaje de Hechos 8:14-15.25 (también escrito por Lucas), en el que Juan proclama la Buena Noticia a los samaritanos, Alan Culpepper sugiere que Lucas estaría indicando un cambio marcado en el temperamento de Juan.

Según las Escrituras, el apóstol ya no busca hacer bajar fuego sobre los cismáticos samaritanos, sino que ora para que reciban al Espíritu de Dios, tal como lo señala Hechos 8:15.

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48 En apoyo de esta opinión se cuenta con el pasaje propio del Evangelio de Juan, en el que Jesús mantiene un largo diálogo con una mujer samaritana ( Juan 4:4-42), una perícopa indiscutiblemente propia de la tradición joánica.

Raymond E.

Brown reconoce que sólo en el Evangelio de Juan se menciona un «ministerio de Jesús en Samaría», p.

419 lo cual habría sido imitado después por el propio apóstol.

Antes de la Pascua de 44 y según los Hechos de los Apóstoles, Herodes Agripa I ordena decapitar a Santiago, hermano de Juan ( Hechos 12:1-2).

Esa persecución contra los cristianos provoca quizá la dispersión momentánea de los Apóstoles fuera de Palestina, que se sitúa por esa época.

No sería improbable que Juan migrara por un tiempo hacia otras localidades, quizá a Asia Menor.

Carece de consistencia cronológica la teoría de algunos críticos sobre la muerte de Juan en ese tiempo, ya que Pablo de Tarso lo encuentra nuevamente en Jerusalén, pp.

48-49 como se detalla en la sección siguiente.

El Concilio de Jerusalén y el silencio posterior

Existe la opinión generalizada entre los exégetas acerca de la participación de Juan en las deliberaciones del Concilio de Jerusalén (hacia el año 48 a 50) a las cuales hace referencia la epístola a los Gálatas.

pp.

48-49 En esta última, Pablo de Tarso refiere literalmente:

y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé : nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos.

Los Hechos de los Apóstoles no proporcionan información posterior alguna acerca de Juan el Apóstol lo cual, según Culpepper, p.

49 puede ser interpretado de tres formas:

  1. como señal de su desaparición física (sin embargo, cabría preguntarse por qué los Hechos de los Apóstoles mencionarían el martirio de Santiago el Mayor, y no la muerte o el presunto martirio de Juan el Apóstol, si este hubiera ocurrido en el plazo de tiempo abarcado por ese libro);
  2. como presunción de que ya no se encontraba en la lista de los principales líderes de la Iglesia; o
  3. como evidencia de que ya se había trasladado a otra comunidad cristiana.

La interpretación de que Juan el Apóstol murió mártir en Palestina un poco más adelante, entre los años 60 y 70 d.C., tendría como principal supuesto testigo a Papías de Hierápolis.

Se dice que Papías narró en el segundo libro de su obra que los dos hijos de Zebedeo fueron muertos por los judíos.

Eusebio de Cesarea, que utilizó el libro de Papías, no dice nada al respecto.

Pero en un manuscrito de los siglos VI-VIII hay un extracto de la Historia Cristiana, compuesta en Panfilia hacia el año 430 por Filipo de Side.

En él se lee: «Papías afirma, en el segundo libro, que Juan el Teólogo y Santiago, su hermano, fueron muertos por los judíos».

Idéntica noticia procedente, sin duda, de la misma fuente aparece en un manuscrito de las Crónicas de Georgio Hamartolo (siglo IX): «Papías, obispo de Hierápolis, que había visto a aquél (Juan el Apóstol), cuenta en el segundo libro de las palabras del Señor, que fue muerto por los judíos, cumpliéndose así, en él y en su hermano, la profecía de Jesús ( Marcos 10, 38-39).» Este último cronista, a diferencia de Papías, sitúa la escena del martirio en Éfeso, y en tiempo posterior al regreso de Patmos (en el año 96).

Pero, según el teólogo alemán Wikenhauser, la información atribuida a Papías es más que dudosa.

pp.

20-23 El solo título de «Teólogo» que se adjudica a Juan el Apóstol es un título que solo se usó mucho más tarde en la Iglesia griega.

Ya esto demuestra que no estamos en condiciones de saber qué fue realmente lo que escribió Papías.

Y no es casualidad que Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea, habiendo leído detenidamente su obra, no hicieran mención de este pasaje.

Si realmente hubieran encontrado en Papías lo que dice Filipo de Side, seguramente lo habrían aprovechado como argumento excelente a favor de su tesis de la residencia de Juan el Apóstol en Éfeso.

Hoy, ningún historiador serio se atreve a desacreditar a Ireneo de Lyon y a Eusebio para favorecer una hipótesis de Filipo de Side, cuya obra se reduce a la de un compilador carente de discernimiento crítico.

Esta posición es compartida por otros autores que, aún teniendo en cuenta la antigüedad de ciertas tradiciones litúrgicas que aluden al martirio temprano de Juan el Apóstol, las consideran erróneas.

Sobre la hipótesis a favor de la muerte temprana de Juan por martirio, se destaca la obra de Marie-Émile Boismard (1916-2004).

Este libro presenta una cantidad de elementos de interés: algunos de ellos se mencionan más adelante.

Sus últimos años, en los escritos patrísticos

Respecto de los años que siguieron a los acontecimientos narrados en los Hechos de los Apóstoles, la tradición apostólica más antigua está de acuerdo en ubicar el ministerio de Juan el Apóstol en Éfeso, con un período de exilio en la isla de Patmos.

Las hipótesis de diferentes autores modernos son de lo más variadas: desde aquellos que manifiestan que no existe evidencia directa alguna de la presencia de Juan en Éfeso (fundamentando su postura, por ejemplo, en la ausencia de referencias a Juan por parte de Pablo en su carta a los Efesios), hasta aquellos que sostienen que Juan fue fundador de la Iglesia de Éfeso (considerando que ya existía una comunidad cristiana en Éfeso a la llegada de Pablo), pasando por quienes postulan que Pablo de Tarso y Juan «el Presbítero» (ver más adelante) fundaron comunidades separadas.

pp.

270-271

Ireneo de Lyon (ca.

130 - ca.

202) escribió sobre «Juan, discípulo del Señor» en varias oportunidades, identificándolo con el discípulo a quien Jesús amaba y haciendo referencia a su permanencia en Éfeso hasta los tiempos del emperador Trajano :

«Por fin Juan, el discípulo del Señor «que se había recostado sobre su pecho» (Jn 21:20; 13:23), redactó el Evangelio cuando residía en Efeso»

«todos los presbíteros de Asia que, viviendo en torno a Juan, de él lo escucharon, puesto que éste vivió con ellos hasta el tiempo de Trajano.

Algunos de ellos vieron no sólo a Juan, sino también a otros Apóstoles, a quienes han escuchado decir lo mismo.»

«Finalmente la Iglesia de Efeso, fundada por Pablo, y en la cual Juan permaneció hasta los tiempos de Trajano, es también testigo de la Tradición apostólica verdadera.»

Ireneo suele dar a este Juan el título de «discípulo del Señor» (más de quince veces), título que en singular no aplica a ningún otro.

En otro pasaje de su obra parece aplicarle el título de apóstol.

Tesis sobre el enfrentamiento de Juan el Apóstol con Domiciano « dominus et deus »

A fines del siglo I, Éfeso era la tercera o cuarta metrópoli del Imperio Romano, después de Roma, Alejandría, y quizá Antioquía.

Su número de habitantes se estimaba entre 180.000 y 250.000, según los autores.

p.

17 Era un centro estratégico para el comercio y las comunicaciones hacia oriente.

Junto con el culto a Artemisa, pp.

19-29 el culto imperial era un aspecto muy significativo de la vida en Éfeso en tiempos de Juan.

pp.

30-36 Por entonces, el culto a los emperadores hacía énfasis en la dinastía Flavia : Vespasiano, Tito y Domiciano.

El nivel del culto imperial impuesto llegaba a ocasionar molestias, incluso entre los latinos.

Se conserva un poema del escritor Marco Valerio Marcial, en el cual él hace alusión a la ruptura del hábito de llamar con el título de «señor» a Domiciano: « non est hic dominus, sec imperator » (Martial X, 72).

Domiciano fue señalado por los escritores cristianos antiguos como el segundo emperador romano en perseguir a los cristianos, luego de Nerón.

Muchos investigadores coinciden en la hipótesis de que el Apocalipsis fue escrito durante el gobierno de Domiciano como reacción a la intolerancia religiosa del emperador.

Mientras que el emperador se hacía llamar « Domitianus dominus et deus » («señor y dios Domiciano»), el Apocalipsis respondía: « Εγω ειμαι το Α και το Ω, αρχη και τελος, λεγει ο Κυριος » («Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor» - Apocalipsis 1:8-), y manifestaba así una convicción que ya aparecía bien explicitada dos décadas antes: «un solo Señor» ( Efesios 4:5 ).

La tensión también se manifiesta en vestigios de la época, como el Grafito de Alexámenos descubierto en el Palatino, que sugiere la representación en sorna de un cristiano adorando a un asno crucificado.

Tertuliano (ca.

160 – ca.

220), en su De praescriptione haereticorum XXXVI, asentó que Juan padeció sin morir el martirio en Roma, en una caldera de aceite hirviente.

Según este relato milenario de la Iglesia, el martirio habría tenido lugar aproximadamente entre los años 91 y 95, en las cercanías de la Puerta Latina ( Porta Latina ), en los Muros Aurelianos.

Juan habría salido ileso.

El emperador Domiciano habría considerado este prodigio como una especie de magia y, no animándose a intentar otra clase de ejecución, habría desterrado a Juan a la isla de Patmos.

Aún cuando algunos revisionistas contemporáneos minimizan el carácter persecutorio de Domiciano tanto en la arena política como en la religiosa, los historiadores Tácito y Suetonio mencionan en sus obras una escalada de persecuciones hacia el final del gobierno de aquel emperador, particularmente hacia oponentes que detentaban algún poder o dinero.

Ambos historiadores identifican el momento crítico de esas persecuciones en algún punto entre 89, año de la supresión de la revuelta de Saturnino, y 93.

Según Suetonio, aquellos de los que el emperador sospechaba eran declarados culpables de corrupción o de traición.

Entre los escritores eclesiásticos, Eusebio de Cesarea cita a Melitón, obispo de Sardes (c.

170 ) y a Tertuliano.

Éste último señaló que Domiciano «casi igualó a Nerón en crueldad», palabras que historiadores como Brian W.

Jones consideran retóricas, mientras que los escritores cristianos no.

El destierro de Juan el Apóstol desde Éfeso a la isla de Patmos (donde según Ireneo de Lyon fue escrito el Libro del Apocalipsis ), y la ejecución del senador Tito Flavio Clemente son ejemplos de la falta de libertad religiosa que habría tenido lugar en esa época.

Según el historiador Dion Casio (67.14.1-2), Domitila y Flavio Clemente fueron acusados de ateísmo y condenados: Flavio Clemente fue ejecutado y Domitila desterrada a Pandateria.

pp.

504-506 Como señala el historiador y jurista español José Orlandis (1918-2010), la acusación de «ateísmo» en la historia del Imperio Romano refirió con frecuencia la negación a adorar a los dioses romanos en general y a reconocer el origen divino del emperador en particular.

Luego del asesinato de Domiciano el 18 de septiembre de 96, Juan habría retornado a Éfeso.

La permanencia de Juan el Apóstol en Éfeso es conocida asimismo por Clemente de Alejandría (hacia el año 200), quien refiere que «Juan, después de la muerte del tirano (Domiciano), regresó de la isla de Patmos a Éfeso».

Tesis sobre el martirio de Juan el Apóstol

Al igual que sucede con otras tradiciones orales o escritas relacionadas con personas de tiempos antiguos, no existen pruebas documentales o arqueológicas de que el episodio del martirio de Juan el Apóstol no seguido de muerte haya tenido lugar en Roma, o en Éfeso, o que sea el resultado de una elaboración posterior.

Tampoco existen evidencias directas que lo descalifiquen, por lo cual todo se resume a hipótesis y argumentaciones a favor y en contra, según los autores.

Sin embargo, hay una cuestión subyacente al tema del martirio de Juan en sí: es el cumplimiento de la frase profética de Jesús a los dos hijos de Zebedeo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado».

Esto fue investigado por Marie-Émile Boismard, quien profundizó en numerosos elementos patrísticos y litúrgicos de interés.

«Yo, Juan»: por los caminos del Apocalipsis

El Apocalipsis da detalles escasos pero no irrelevantes acerca de su autor: su nombre es «Juan» ( Apocalipsis 1:1, Apocalipsis 1:4, Apocalipsis 1:9, Apocalipsis 22:8 ).

El autor se incluye entre los profetas ( Apocalipsis 22:9 ) y se atribuye varios títulos genéricos, tales como «siervo» de Dios ( Apocalipsis 1:1 ) y «hermano y compañero en la tribulación» del grupo al que se dirige ( Apocalipsis 1:9 ).

Su presencia en la isla de Patmos ( Apocalipsis 1:9 ) fue la probable consecuencia de un destierro impuesto por las autoridades romanas.

Las cartas que envía a las siete iglesias ( Apocalipsis 2:1-3:22 ) manifiestan que era muy conocido por los cristianos de Asia y que, dentro de las comunidades cristianas, gozaba de una autoridad indiscutida.

A partir del siglo II se repiten dos preguntas sobre el autor del Apocalipsis:

La autoría del Apocalipsis en los siglos II a IV

Las respuestas tradicionales gozan de una considerable antigüedad.

En el siglo II, el autor desconocido del apócrifo Hechos de Juan, Papías de Hierápolis (c.69-c.150) y Justino Mártir (100/114-162/168) en su « Diálogo con Trifón » atribuyen el Apocalipsis a Juan el Apóstol.

Justino Mártir, al comentar el texto simbólico de la resurrección como renovación de la Iglesia por mil años después de la persecusión romana ( Apocalipsis 20:4 ), escribe:

Había un hombre con nosotros, cuyo nombre era Juan, uno de los apóstoles de Cristo, quien profetizó, por una revelación que se hizo para él, que quienes creyeran en Cristo vivirían mil años.

Desde mediados del siglo II hasta mediados del siglo III aparece esta misma convicción en los padres y escritores de Oriente: Melitón de Sardes (muerto hacia 180), citado por Eusebio, Clemente de Alejandría (c.150-211/7), y Orígenes (185-254) en su « Comentario sobre el Evangelio de Juan ».

Occidente tampoco es ajeno a esta tendencia: el « Prólogo antimarcionita a Lucas », Ireneo de Lyon en su « Adversus haereses » IV, 30, 4, Hipólito de Roma, y Tertuliano en su « Adversus Marcionem » 3.14 y 4.5 son ejemplos de la atribución del Apocalipsis a Juan el Apóstol.

A partir del siglo III surgen repentinamente algunas voces discordantes.

En Occidente son escasas y poco influyentes: el presbítero romano Gayo y los álogos (es decir, los negadores del Logos joánico).

En Oriente, por el contrario, los adversarios del origen apostólico del Apocalipsis son más importantes.

El más serio entre ellos es Dionisio de Alejandría (muerto hacia 264/65), que combate el milenarismo y sus excesos, herejía basada en el reinado de mil años que se menciona en Apocalipsis 20:1-6.

Como el libro del Apocalipsis, de cuya interpretación literal nace el milenarismo, tiene fuerte aceptación en la Iglesia primitiva, Dionisio busca apoyo para descalificar el Apocalipsis en una escrupulosa comparación del lenguaje, estilo y pensamiento de este libro con los del Evangelio de Juan y de la I Epístola de Juan, concluyendo que sólo el Evangelio de Juan y la I Epístola de Juan son obra de Juan el Apóstol, mientras que el Apocalipsis habría sido escrito por Juan el Presbítero (ver más adelante en este artículo).

Los adversarios del milenarismo acogen con entusiasmo la opinión del ilustre obispo, y así se suman en aquel momento al rechazo del Apocalipsis distintos obispos de Siria y de Asia Menor.

Se produce entonces la negativa de la escuela de Antioquía a aceptarlo como apostólico, y la Iglesia siria en su conjunto lo rechaza todavía en la actualidad.

Como resultado, queda como argumento serio contra la paternidad literaria del Apocalipsis por parte de Juan el Apóstol su omisión de la Vulgata siria.

Varias listas canónicas de las iglesias orientales omiten el Apocalipsis, y muchos manuscritos griegos anteriores al siglo IX no lo incluyen.

Sin embargo, debido a la influencia de Atanasio de Alejandría (c.296-373), se fue estableciendo en Oriente cierta unanimidad y, cuando los milenaristas decrecieron, el libro del Apocalipsis recobró el lugar que le asignaron los testimonios de los Padres más antiguos.

En contraste, en Occidente nunca surgieron dificultades serias, y el Apocalipsis, junto con el Evangelio de Juan y las tres Epístolas joánicas, fueron aceptados como obra del apóstol Juan.

La autoría del Apocalipsis desde el siglo XVI

Hasta el siglo XVI no se alza ninguna objeción contra esta convicción común.

Entonces Erasmo de Rotterdam pone de nuevo en duda la identidad del autor de Apocalipsis, del Evangelio de Juan y de las epístolas.

Para Martín Lutero, el Apocalipsis no es apostólico ni profético.

A partir del siglo XVIII va creciendo el número de investigadores que niegan el origen apostólico del Apocalipsis y su relación con el Evangelio de Juan.

Según el «Comentario Bíblico "San Jerónimo"», «actualmente, la mayoría de los exégetas católicos y algunos protestantes mantienen la doble opinión tradicional.

Un pequeño grupo de no católicos rechaza el origen apostólico del Apocalipsis, pero sostiene que este libro fue redactado por el autor del Evangelio de Juan.

Por otra parte, algunos piensan que el apóstol Juan escribió el Apocalipsis, pero no el Evangelio de Juan.

Finalmente, varios críticos niegan que exista relación alguna entre el hijo de Zebedeo y el Apocalipsis o el Evangelio de Juan y atribuyen ambas cosas a distintos autores apenas conocidos».

Ugo Vanni, concienzudo investigador del Apocalipsis en más de un centenar de trabajos y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica, afirma que el texto del Apocalipsis tiene un refinamiento literario propio y una capacidad simbólica del todo suya, diferente de la técnica simbólica adoptada en el Cuarto Evangelio.

Vanni considera que Juan el Apóstol es a su vez el evangelista, mas no el autor directo del Apocalipsis: «el autor del Apocalipsis no es Juan, el apóstol y el evangelista sino un discípulo perteneciente a la gran iglesia de Juan, el cual quiere hacer revivir, en su presente, un mensaje que él (el autor real) atribuye al gran fundador de la iglesia de Juan».

Similitudes y diferencias entre el Apocalipsis y el Evangelio de Juan

Una serie de indicios internos parecen relacionar entre sí el Apocalipsis y el cuarto evangelio, al menos en el sentido de que los dos libros tienen algún origen común.

Es de notar, por ejemplo, que varios detalles no aparecen en ningún lugar del Nuevo Testamento fuera de estas dos obras: Jesucristo es presentado como «Cordero» en el Evangelio de Juan ( Juan 1:29 ; Juan 1:36 ) y 28 veces en el Apocalipsis, pero con diferentes palabras griegas; su nombre es «Palabra de Dios», es decir, «el Verbo» ( Juan 1:1 ; Apocalipsis 19:13 ); la imagen de la «esposa» recuerda al pueblo de Dios ( Juan 3:29 ; Apocalipsis 21:2-9 ; Apocalipsis 22:17 ); la vida es simbolizada por medio del agua en expresiones como «agua viva» ( Juan 4:10 ) y «agua de la vida» ( Apocalipsis 7:17 ; Apocalipsis 21:6 ; Apocalipsis 22:1-17 ).

Por otra parte, se ha de admitir que son muchos los detalles que separan ambas obras.

Se suele insistir en las diferencias de lenguaje y de perspectiva escatológica.

Mientras el griego del Evangelio de Juan es sencillo y habitualmente correcto, el del Apocalipsis es pródigo en solecismos y forzamientos de la lengua griega.

En cuanto al tema del «más allá», el Apocalipsis está dominado por el punto de vista y los símbolos de la tradición apocalíptica, la cual espera en un futuro que traerá consigo la salvación prevista por Dios para su pueblo.

El Evangelio, en cambio, se muestra muy independiente de la visión apocalíptica y considera la salvación casi siempre como ya poseída por el creyente.

Algunos términos que son centrales en el Evangelio (ver más adelante) apenas si aparecen en el Apocalipsis; de hecho, varios no aparecen en absoluto: por ejemplo, el verbo «creer» (98 veces en el Evangelio de Juan, nunca en el Apocalipsis) y el término «fe» (4 veces en el Apocalipsis, nunca en el Evangelio de Juan), por citar dos ejemplos.

En qué sentido son «joánicos» los «escritos joánicos»

Todos los datos anteriores son una muestra que permite entender por qué los exégetas han adoptado posiciones tan divergentes.

El estado fragmentario de nuestros conocimientos impide proponer hoy una solución categórica desde un punto de vista racional.

Más aún si se considera que la gran mayoría de los biblistas e historiadores concuerda hoy con Ireneo de Lyon en que el Apocalipsis fue escrito durante la persecución que tuvo lugar al final del gobierno de Domiciano.

Esta datación volvería a la redacción del Libro del Apocalipsis casi contemporánea de la del Evangelio de Juan.

Considerando distintas evidencias internas y arqueológicas, el escriturista Rivas concluye: «entre los investigadores se sostiene, de manera muy generalizada, que el Evangelio fue escrito en la última década del siglo I, o a más tardar en los primeros años del siglo II».

En efecto, la existencia del 52 ( papiro 52, datado de 125 d.

C.

aproximadamente) desestima la fijación de fechas más tardías para la redacción del Evangelio de Juan.

pp.

85 y 87

Más allá de la posibilidad latente de una pseudonimia, tal como expresa Vanni, no hay tampoco razón para sospechar de la argumentación de Robert H.

Charles: el autor del Apocalipsis nos habría dejado su nombre real.

Tras examinar la hipótesis de la pseudonimia, Charles concluye perentoriamente que no existe la más pequeña prueba en favor de la hipótesis de que el Juan del Apocalipsis sea un pseudónimo, y esta argumentación clásica permanece hasta hoy.

El testimonio tradicional que afirma el origen apostólico de todos y cada uno de los escritos joánicos es tan antiguo y tan abundante que no resultaría serio desconocerlo o descartarlo por completo.

Parece muy difícil explicar cómo pudieron equivocarse todos los testigos más importantes de los siglos II y III.

Las escasas pero significativas coincidencias entre el Apocalipsis y el Evangelio de Juan parecen exigir al menos cierto origen común para ambos libros.

Por otra parte, las múltiples diferencias muestran la dificultad de que el Apocalipsis y el Evangelio de Juan hayan podido ser escritos por el cálamo de una misma y única persona.

En espera de una solución más concreta podría resultar importante la sugerencia ponderada de algunos autores modernos de distinta extracción (por ejemplo, los escrituristas Charles K.

Barrett, François-Marie Braun, y André Feuillet ) que se resume en los siguientes puntos.

Según las fuentes cristianas de los siglos II y III, Juan el Apóstol habría sido la gran autoridad cristiana de Asia hacia fines del siglo I a punto tal que, como bien señala el español José Orlandis, en razón del testimonio de esas fuentes, las iglesias de Asia llegan a considerar a Juan como «su propio Apóstol».

A pesar del disenso de la escuela de la Iglesia siria respecto del Apocalipsis, la influencia de Juan habría llegado a tal punto que «las iglesias asiáticas se resistieron durante mucho tiempo a unificar su disciplina con la de las restantes iglesias, alegando que su uso estaba sancionado por la autoridad de Juan el Apóstol, que lo había introducido en ellas».

Por lo tanto, él habría inspirado esos «materiales» joánicos, quizá a través de una vigorosa «escuela» localizada en Éfeso, pero la redacción y reelaboración de esos escritos podría haber sido llevada a cabo por distintos discípulos suyos, familiarizados con el pensamiento del apóstol.

Al tratar más adelante los temas referidos a Juan el Presbítero y al autor de Evangelio de Juan, se verá que esta postura parecería hoy la más madura.

Para aquéllos que, siguiendo la mentalidad de los antiguos, consideran autor a aquella persona cuyas ideas se plasman en un papiro y no tanto al escribiente, la predicación de Juan el Apóstol sería el eje inspirador de los «escritos joánicos» de fines del siglo I.

Juan el Apóstol: un consejo para todos

Jerónimo de Estridón (c.

340 – 420) también conoció el relato del martirio de Juan en el caldero de aceite en Roma y de su destierro en Patmos, pues lo refiere en su Commentariorum in Evangelium Matthaei XX, 23, al explicar el pasaje en que Jesús predice a los dos hijos de Zebedeo que beberían el mismo cáliz que él.

Pero San Jerónimo escribe además que Juan, en su ancianidad, no podía ir por su pie a las reuniones de los cristianos, y los discípulos lo llevaban en una silla a las asambleas de los fieles de Éfeso.

Su consejo era siempre el mismo: «Hijitos, amaos los unos a los otros».

Cuando le preguntaron por qué repetía siempre la frase, Juan respondió: «Porque ése es el mandamiento del Señor y, si lo cumplís, lo habréis hecho todo».

Jerónimo también hace referencia a la larga vida de Juan y a su muerte en Éfeso a comienzos del siglo II.

«Juan el Apóstol» y «Juan el Presbítero»

No carece de importancia un dato que aporta el historiador de la Iglesia Eusebio de Cesárea, a principios del siglo IV.

Eusebio informa sobre una obra en cinco volúmenes del obispo Papías de Hierápolis (fallecido hacia el año 120), hoy perdidos.

Allí, Papías habría mencionado que él no llegó a conocer a los Apóstoles, pero que recibió la doctrina de aquellos que habían estado próximos a los Apóstoles.

También se refirió a personas que habían sido «discípulos del Señor», citando los nombres de Aristión y de un tal «presbítero Juan».

Así lo expresa Eusebio de Cesarea:

Papías, según el prólogo de sus tratados, no se presenta a sí mismo de modo alguno como oyente y como testigo ocular de los sagrados apóstoles, sino que enseña haber recibido lo referente a la fe de boca de quienes los habían conocido.

Luego, Eusebio cita el texto de Papías al que acaba de hacer referencia:

si me salía al encuentro alguno que había tratado con los presbíteros (ancianos), le preguntaba curiosamente cuáles fuesen los dichos de los ancianos: qué dijeron Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Santiago, Juan, Mateo.

Y qué dicen Aristión y el presbítero Juan, discípulos del Señor.

Finalmente, Eusebio agrega de su propia cuenta este comentario:

Se ha de observar que en estas palabras incluye dos veces el nombre de Juan.

La primera vez junto con Pedro, Santiago, Mateo y los demás apóstoles Pero luego, estableciendo una distinción de lenguaje, coloca a otro Juan entre aquellos que están fuera del número de los apóstoles, anteponiendo a un tal Aristión, al cual llama expresamente presbítero.

De modo que por estos dichos se comprueba la verdad de la historia de los que dicen quen en Asia hubo dos personas que llevaron el mismo nombre de Juan, que en Éfeso hay dos sepulcros, y que todavía se dice que ambos son de Juan

Eusebio llega a su conclusión de que Papías hace una distinción entre dos personas distintas y que ambas llevan el mismo nombre Juan: una está citada entre nombres de apóstoles que coinciden con nombres del «grupo de los Doce», y otra refiere el nombre de un «presbítero».

Según señala el teólogo alemán Wikenhauser, Eusebio tiene al primero de estos dos personajes por autor del Evangelio de Juan, y se inclina a atribuir al segundo la paternidad del Apocalipsis ; pero críticos independientes contemporáneos, apartándose en esto de Eusebio, atribuyen la composición del cuarto Evangelio al presbítero Juan.

pp.

17-19

La distinción entre un «presbítero Juan» y «Juan el Apóstol» fue extendida en Europa Occidental por San Jerónimo, basado en la autoridad de Eusebio.

La Enciclopedia Católica considera que la distinción no cuenta con una base histórica: ni Ireneo de Lyon, ni ningún otro escritor anterior a Eusebio, tuvieron conocimiento alguno de un segundo Juan en Asia.

Asimismo, la Enciclopedia Católica sostiene que la palabra «presbítero» sólo puede entenderse como «apóstol».

Por otra parte, J.

Ratzinger incorpora esta hipótesis como posible.

De esta información y de otros indicios afines, se desprende que en Éfeso hubo una especie de «escuela joánica», que remontaba su origen a una figura identificada en el Evangelio de Juan con el discípulo a quien Jesús amaba.

Es posible que esa escuela joánica haya tenido como base a «Juan el Apóstol», a quien Ireneo de Lyon, Justino Mártir, y otros varios Padres de la Iglesia acreditan haber habitado en Éfeso.

Además, contó con la autoridad de un «presbítero Juan».

Así lo expresa Ratzinger:

Esta información es verdaderamente digna de atención; de ella y de otros indicios afines, se desprende que en Éfeso hubo una especie de escuela joánica, que hacía remontar su origen al discípulo predilecto de Jesús, y en la cual había, además, un «presbítero Juan», que era la autoridad decisiva.

Este «presbítero» Juan aparece en la Segunda y en la Tercera Carta de Juan (en ambas, 1,1) como remitente y autor, y sólo con el título de «el presbítero» (sin mencionar el nombre de Juan).

Es evidente que él mismo no es el apóstol, de manera que aquí, en este paso del texto canónico, encontramos explícitamente la enigmática figura del presbítero.

Tiene que haber estado estrechamente relacionado con él, quizá llegó a conocer incluso a Jesús.

A la muerte del apóstol se le consideró el depositario de su legado; y en el recuerdo, ambas figuras se han entremezclado finalmente cada vez más.

En cualquier caso, podemos atribuir al «presbítero Juan» una función esencial en la redacción definitiva del texto evangélico, durante la cual él se consideró indudablemente siempre como administrador de la tradición recibida del hijo de Zebedeo.

La figura del «Discípulo Amado» por el Señor

En el Evangelio de Juan aparece en varias ocasiones y sin revelar jamás su verdadero nombre, una figura que no se verifica en ningún otro escrito del Nuevo Testamento: la del discípulo a quien Jesús amaba (« ο μαθητης ον ηγαπα ο Ιησους », también mencionado como « ον εφιλει ο Ιησους » según aparece en Juan 20:2).

(1) El «Discípulo Amado» aparece recostado sobre el pecho de Jesús, durante la Última Cena, preguntándole quién es el discípulo que le va a entregar:

Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba.

Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús.

Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale de quién está hablando.» El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dijo: «Señor, ¿quién es?» Le respondió Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.» Y, mojando el bocado, le tomó y se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote.

(2) Asimismo, el «Discípulo Amado» se presenta al pie de la cruz, junto a la madre de Jesús:

Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

(3) El «Discípulo Amado» es quien, al igual que Simón Pedro, corre hacia el sepulcro vacío:

El primer día de la semana fue María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y vio la piedra quitada del sepulcro.

Echó a correr y llegó donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro.

Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro.

Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro siguiéndole, entró en el sepulcro y vio las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

(4) También se encuentra al «Discípulo Amado» al lado de Simón Pedro durante la aparición de Jesús resucitado ante sus discípulos a orillas del Mar de Tiberíades :

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Díjoles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.» El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.

El discípulo a quien Jesús amaba dijo entonces a Pedro: «Es el Señor».

Cuando Simón Pedro oyó «es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar.

Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

(5) Posiblemente, el «Discípulo Amado» muere a una edad muy avanzada, pues entre sus seguidores corre la voz de que no moriría nunca:

Pedro se volvió y vio siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dijo a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría.

Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.»

Raymond E.

Brown sugiere además la identificación del «Discípulo Amado» con el discípulo anónimo que aparece en otros pasajes del Evangelio de Juan, pp.

118-119 por ejemplo:

Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos.

Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: «He ahí el Cordero de Dios.» Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.

Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dijo: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, “Maestro” - ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día.

Era más o menos la hora décima.

Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.

Características que identifican a este «Discípulo Amado»

Según Cornelis Bennema, el trato entre el «Discípulo Amado» y Jesús de Nazaret en el Evangelio de Juan parece implicar una relación de confianza, lealtad y permanencia (es decir, una relación estable, firme).

Esas características harían del «Discípulo Amado» un testigo calificado del mismo Evangelio de Juan.

Por otra parte, el «Discípulo Amado» se manifiesta como alguien muy perceptivo respecto de la persona de Jesús: es el primero en reconocerlo en el mar de Tiberíades, luego de la resurrección.

Siempre según Bennema, el Evangelio de Juan pone en evidencia otras características del «Discípulo Amado», a través de su interacción con otras personas:

Se podría, por lo tanto, resumir la personalidad del «Discípulo Amado» como la de una persona con vínculos múltiples, leal, creíble, confiable y perceptivo.

Pero, ¿quién es el «Discípulo Amado»?

No se puede asegurar que haya sido la modestia lo que indujo a este testigo presencial a no referirse a sí mismo con el propio nombre, porque constantemente llama la atención sobre el amor de dilección que Jesús le tenía.

Una solución posible sería que el «Discípulo Amado» se haya referido a sí mismo como «el otro discípulo» y que sus seguidores hayan incorporado al Evangelio de Juan la alusión al «Discípulo Amado».

La solución comúnmente aceptada desde el siglo II y hasta el desarrollo de la «crítica bíblica» a mediados del siglo XIX fue que el «Discípulo Amado», garante del Evangelio de Juan, era Juan el Apóstol, el hijo de Zebedeo.

A partir el siglo XVIII comienza a difundirse el uso del método histórico-crítico en lugar de métodos de índole estrictamente religiosa para construir un conocimiento verificable de Jesús de Nazaret.

Este método fue utilizado particularmente para interpretar el Evangelio de Juan en general y la figura del «Discípulo Amado» en particular.

Más aún, se propusieron significados alternativos del «Discípulo Amado» con los que se buscó superar las posibles debilidades que los críticos argumentaban había en la identificación con Juan el Apóstol.

No se trataba de un tema menor, pues representaba indirectamente un desafío a la misma autoría del Evangelio.

Este proceso, reservado en principio a los estudiosos, demandó décadas.

Con los años, las distintas hipótesis esgrimidas sobre la identidad del «Discípulo Amado» como alguien distinto a Juan el Apóstol mostraron a su vez sus debilidades, mientras que se edificaron nuevas hipótesis sobre el proceso de redacción del Evangelio que, en la opinión de muchos, enmarcaba el grado de responsabilidad del «Discípulo Amado» en el mismo.

Juan el Apóstol como «Discípulo Amado»

Argumentos externos patrísticos y apócrifos

Jean Colson (1913-2006) analiza el nivel de respaldo otorgado por los escritores cristianos más antiguos a la identificación de Juan el Apóstol como «Discípulo Amado».

La interpretación de las referencias de los Padres de la Iglesia no es unánime (por ejemplo, Joseph Newbould Sanders pone en duda algunas referencias de los Padres Apostólicos, y Richard Bauckham se opone a la interpretación del «Discípulo Amado» como Juan el Apóstol en Ireneo de Lyon), pero es mayoritaria a favor de la hipótesis que presenta a Juan el Apóstol como el «Discípulo Amado».

Entre los Padres de la Iglesia que mencionaron al «Discípulo Amado» se destaca Ireneo de Lyon.

Ireneo no dice que se trate del «hijo de Zebedeo»: siempre refiere el nombre de «Juan» como «discípulo» del Señor (más de 15 veces).

Se podría objetar que, dado que Juan es mencionado únicamente como «discípulo» y no como «apóstol», su identidad estaría en duda ya que los apóstoles son indicados con ese título.

Sin embargo, una lectura cuidadosa de todo el texto de Ireneo permite inferir que, al mencionar Ireneo la figura de «Juan, el discípulo del Señor que se reclinó sobre su pecho», se refiere inequívoca y consistentemente al apóstol Juan.

p.

11 En efecto, Ireneo menciona:

«todos los presbíteros de Asia que, viviendo en torno a Juan, de él lo escucharon, puesto que éste vivió con ellos hasta el tiempo de Trajano.

Algunos de ellos vieron no sólo a Juan, sino también a otros Apóstoles, a quienes han escuchado decir lo mismo.» «Por fin Juan, el discípulo del Señor «que se había recostado sobre su pecho» (Jn 21:20; 13:23), redactó el Evangelio cuando residía en Efeso»

La frase de Ireneo: «...

no solamente vieron a Juan, sino también a otros apóstoles...» implica directamente que Ireneo, al mencionar a Juan, se refiere a un apóstol, es decir, al hijo de Zebedeo.

R.

A.

Culpepper, p.

124 quien no reconoce a Juan hijo de Zebedeo como «Discípulo Amado», señala sin embargo que resulta difícil dudar de que Ireneo, al mencionar a «Juan el discípulo del Señor», se refiera a otro que no sea Juan el Apóstol.

A Ireneo de Lyon se suman ciertos matices de Eusebio de Cesarea y, con mayor énfasis, el apócrifo « Hechos de Juan » que identifica al apóstol Juan como aquél que se reclinó sobre el pecho de Jesús en la Última Cena.

El apócrifo « Hechos de Juan », datado de la segunda mitad del siglo II, insiste en los detalles ya conocidos por los evangelios canónicos que refieren la personalidad del apóstol.

Narra la vocación de Juan y su hermano Santiago al apostolado ( Hechos de Juan 88:2, paralelo de Marcos 1:19), como también el episodio de la Transfiguración ( Hechos de Juan 21 y 90; paralelos de Mateo 17:1-9).

El gesto de reclinarse sobre el pecho de Jesús durante la Última Cena, que se atribuye al «Discípulo Amado» en Juan 13:23, se señala en los Hechos de Juan 89, como si se tratara de una actitud habitual de Juan el Apóstol.

Es posible que los « Hechos de Juan » sean anteriores a los escritos de Ireneo de Lyon, de Tertuliano y de otros escritores que aparecen como testigos de esas tradiciones.

Por esa razón, los « Hechos de Juan » no podrían nunca ser deudores de las obras de otros autores.

El escritor Orígenes (185-254), principal referente teológico del cristianismo hasta Agustín de Hipona, apunta una y otra vez:

Juan, el hijo de Zebedeo, dice en su Apocalipsis Una vez más, en su descripción del Logos de Dios en el Apocalipsis, el Apóstol y Evangelista (y el Apocalipsis le da también el título de profeta) dijo que vio la Palabra de Dios en el cielo abierto ¿Qué vamos a decir de él, que se apoyó en el pecho de Jesús, a saber, Juan, que dejó un Evangelio, a pesar de confesar que él podría hacer tantos que el mundo no los contendría? Pero también escribió el Apocalipsis.

Muchos académicos que no aceptan la opción de Juan el Apóstol como «Discípulo Amado» han desconsiderado las evidencias patrísticas mencionadas.

Esta tendencia fue puesta en evidencia recientemente por el profesor Donald Carson.

En efecto, alguna falta de explicitación por parte de varios Padres de la Iglesia en la identificación plena de «Juan, el hijo de Zebedeo», o de «Juan el Apóstol» con «Juan el discípulo» o con el «Discípulo Amado», se ha de contrastar con la sugestiva ausencia total de referencias explícitas de los restantes candidatos a «Discípulo Amado» por parte de los mismos Padres (ver más adelante).

Argumentos fundados sobre el análisis externo comparado

Algunos argumentos a favor de la identificación de Juan el Apóstol con el «Discípulo Amado» surgen del análisis comparado entre el Evangelio de Juan, los Evangelios sinópticos y los Hechos de los Apóstoles, pp.

23-28; y pueden resumirse brevemente en los siguientes puntos:

  1. La manera vívida y pormenorizada con que el Evangelio de Juan describe las escenas, y sus expresas afirmaciones, ponen de manifiesto que su autor intelectual primario (es decir, quien lo predicó inicialmente) fue un testigo presencial de los sucesos ( Juan 1:14 ; Juan 19:35 ; Juan 21:24 ), uno de los más íntimos de Jesús, seguramente un apóstol.

    Jesús tenía tres apóstoles a los cuales distinguió: Pedro, Juan y Santiago o Jacobo ( Marcos 5:37 ; Marcos 9:2 ; Marcos 14:33 ).

    Pedro se diferencia del «Discípulo Amado», porque aparecen claramente identificados como personas distintas ( Juan 13:23-24 ; Juan 20:2-10 ; Juan 21:20 ).

    Santiago el Mayor (traducido a veces como Jacobo) tampoco puede ser el «Discípulo Amado», porque murió tempranamente ( Hechos 12:1-2 ), mientras que el «Discípulo Amado» llegó, por su longevidad, a adquirir fama de inmortalidad ( Juan 21:23 ).
  1. El «Discípulo Amado» participó de la Última Cena a la cual, según los Evangelios sinópticos, tuvieron acceso «los Doce» ( Marcos 14:16-17 ; Mateo 26:19-20 ), los Apóstoles ( Lucas 22:13-14 ).
  2. El «Discípulo Amado» y Simón Pedro llevaron una amistad abierta ( Juan 13:23-25 ; Juan 20:2-9 ), que en el libro de los Hechos de los Apóstoles se pone de manifiesto en el trabajo apostólico conjunto de Pedro y Juan, tanto en la predicación en Jerusalén ( Hechos 3:1-9 ) como en la predicación en Samaría ( Hechos 8:14-15 ).

    El único vínculo con el ministerio de Jesús en Samaría relatado por el Evangelio de Juan parece encontrarse en la predicación de Pedro y Juan el Apóstol en los Hechos de los Apóstoles.

P.

Parker, y otros autores críticos de la postura que interpreta que Juan el Apóstol es el «Discípulo Amado» (por ejemplo, R.

A.

Culpepper pp.

75-76 ), implican que los argumentos centrados en el análisis comparado del Evangelio de Juan con los otros evangelios da lugar a ciertos cuestionamientos hermenéuticos, es decir, de interpretación.

Así, el Evangelio de Juan no hace referencia a ninguno de los pasajes sinópticos de los cuales Juan el Apóstol fue testigo privilegiado (la resurrección de la hija de Jairo, la Transfiguración de Jesús, el discurso en el Monte de los Olivos o la plegaria de Jesús en el huerto de Getsemaní), ni hace referencia a un «círculo de dilectos», ni tampoco menciona una relación entre Pedro y Juan.

Estas críticas son argumentaciones edificadas sobre la base de pruebas negativas: el hecho de que el Evangelio de Juan no haga referencia a ningún pasaje que tuviera a Juan como testigo privilegiado no permite aseverar que no lo fuera; por lo tanto, esas críticas no son científicamente concluyentes.

Pero los críticos se preguntan cuáles son los elementos con que cuenta un lector del Evangelio de Juan para interpretar la figura del «Discípulo Amado» a partir de esa sola lectura, sin necesidad de recurrir a los Padres de la Iglesia o a los Evangelios sinópticos para descifrar su identidad.

Argumentos fundados sobre el análisis interno del Evangelio de Juan

Presencia en la Última Cena

P.

Parker funda buena parte de sus críticas en que la identificación del hijo de Zebedeo como «Discípulo Amado» depende excesivamente de los Evangelios sinópticos, que aseguran que sólo «los Doce» estuvieron presentes en la Última Cena.

Indirectamente, esta postura sostiene la hipótesis de la independencia total del Evangelio de Juan con respecto a los Evangelios sinópticos, y afirma que las similitudes con estos podrían explicarse satisfactoriamente por la tradición oral y por las ideas difundidas en el ambiente religioso en que se hallaba el Evangelista.

En efecto, el Evangelio de Juan, no hace expresa mención de la presencia exclusiva del grupo de «los Doce» apóstoles en la Última Cena, la cual aparece únicamente en los Evangelios sinópticos.

Este silencio acerca del grupo de «los Doce» en el Evangelio de Juan es usado como argumento para sugerir que, en la Última Cena, no solamente habrían estado presentes «los Doce» sino también otros discípulos, y que el «Discípulo Amado» podría no pertenecer al «grupo de los Doce».

Nuevamente, se trata de una argumentación sobre una prueba negativa y, por lo tanto, meramente especulativa.

La debilidad de esta argumentación radica en que, en el mismo Evangelio de Juan, no aparece mencionado en la Última Cena ninguna persona que no sea un apóstol ( Simón Pedro, Felipe, Tomás, Judas Iscariote, y «Judas –no el Iscariote–» que es una probable referencia a Judas Tadeo ).

Más aún, el Evangelio de Juan hace uso de un término clave: «elegir», como distintivo del escogimiento del «grupo de los Doce» por parte de Jesús:

Jesús les respondió: «¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce?...»

Llamativamente, en la Última Cena del Evangelio de Juan, vuelve a aparecer el verbo «elegir», sugiriendo que –también para ese Evangelio– solamente estaban presentes «los Doce», los Apóstoles:

«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca.»

Ausencia de un «Grupo de Dilectos» en el Evangelio de Juan

Críticos como Parker atacan el argumento que refiere la preferencia de Jesús por los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan.

Esta «preferencia» no aparece en el Evangelio de Juan, en el que no se hace referencia alguna a un círculo de apóstoles dilectos dentro del grupo de «los Doce».

Quienes sustentan que Juan el Apóstol sería el «Discípulo Amado», sostienen que el autor del Evangelio de Juan habría conocido a alguno o a varios de los Evangelios sinópticos (particularmente el de Lucas y/o el de Marcos) y que, eventualmente, podría haber utilizado esos materiales (o haberlos dado por supuestos) para componer su obra.

Por ejemplo, la única mención directa e inesperada de «los hijos de Zebedeo» en el Evangelio de Juan, sin haberlos presentado previamente (a diferencia de los demás Apóstoles, que son introducidos en varios otros pasajes previos) implica que los lectores del Evangelio de Juan conocían perfectamente quienes eran «los hijos de Zebedeo», ya sea por el acceso a los Evangelios sinópticos, ya porque la comunidad en la que se escribió el Evangelio de Juan sabía muy bien de quienes se trataba.

Más aún, cuando el Evangelio de Juan menciona al grupo de «los Doce» (sólo en 4 oportunidades: Juan 6:67 ; Juan 6:70-71 ; Juan 20:24 ), lo hace al pasar sin hacer nunca una introducción a su significado, lo que parece dar por supuesto su conocimiento por parte de los lectores del Evangelio.

De hecho, estas menciones tienen afinidad con los Evangelios sinópticos y podrían tener su origen en alguna de las fuentes utilizadas por estos.

p.

237

Por su parte, en todo el Evangelio de Juan jamás son mencionados los apóstoles Santiago y Juan.

En ese marco, cabe preguntarse si tendría sentido exigir al Evangelio de Juan la referencia al «círculo de dilectos», aquel grupo dentro de «los Doce» constituido por los discípulos preferidos por Jesús (Pedro, Santiago y Juan).

¿Cómo hacer referencia a un «círculo» de cuyos tres miembros no fueran mencionados dos? Por las mismas razones, en el caso de que las comunidades en las cuales se difundió el Evangelio de Juan tuvieran acceso a alguno de los Evangelios sinópticos, el autor del Evangelio de Juan no tendría razón para reiterar pasajes como el de la Transfiguración de Jesús, relatado por los tres Evangelios sinópticos, en los cuales apareciera ese «círculo de dilectos» como testigos privilegiados.

Conocimiento del Sumo Sacerdote

Llama la atención el pasaje en el cual un discípulo anónimo entra en la casa de Anás por ser «conocido del Sumo Sacerdote» Caifás, e incluso obtiene permiso para que Simón Pedro haga otro tanto.

Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo.

Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta.

Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro.

Según Jerónimo de Estridón en su epístola 127, 5 ( ad Principiam ), Juan el Apóstol era conocido del sumo sacerdote.

Raymond E.

Brown sugiere la identificación del «Discípulo Amado» con este discípulo anónimo.

pp.

118-119 Esto suscita también dificultades para la identificación de Juan el Apóstol.

¿Cómo podría el hijo de Zebedeo, un pescador de Galilea, ser conocido del Sumo Sacerdote?

Según Drum, existe una paráfrasis del Evangelio de Juan (la llamada Metabole kata Ioannou ) escrita por el griego Nonnus de Panopolis, que data de la primera mitad del siglo V, en la cual ya se identificaba al «discípulo sin nombre» del pasaje anterior como un joven pescador.

De allí se sugirió que la empresa pesquera de los Zebedeo podría involucrar la provisión de pescado a Jerusalén y al templo (o a la casa del Sumo Sacerdote) como posibles destinos del producto.

Por otra parte, un manuscrito del siglo XIV o XV, Historia passionis Domini, informa que el llamado Evangelio de los Nazarenos contenía la misma explicación: «En el Evangelio de los Nazarenos, se da la razón por la cual Juan era conocido del Sumo Sacerdote.

Como era el hijo del pobre pescador Zebedeo, el había llevado con frecuencia pescado al palacio de los sumos sacerdotes Anás y Caifás».

Algunos estudiosos que mantienen una postura crítica prefieren suponer que el «Discípulo Amado» debería tener conocimiento del Sumo Sacerdote por tratarse de un personaje hipotéticamente vinculado al templo, cuya identidad no resulta explícita hasta hoy.

Brian J.

Capper sugiere que el «Discípulo Amado» sería un aristócrata, miembro sacerdotal de un «barrio asceta», situado en la prestigiosa colina suroeste de Jerusalén, quien habría sido anfitrión de Jesús en la Última Cena.

Posible vínculo con María, madre de Jesús

En un pasaje referido a la crucifixión de Jesús, dice el Evangelio de Juan:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.

A partir del texto surge la pregunta: ¿quién era «la hermana de su madre»? En su obra La muerte del Mesías, Raymond E.

Brown ofrece un posible cuadro comparativo de las mujeres que aparecen en la escena de la crucifixión en los distintos evangelios, a fin de tratar de aclarar la cuestión de la identidad, cuadro que se resume en la Tabla 1.

Brown parte de un supuesto al que considera verosímil: de que Juan 19:25 trata de 4 mujeres que se citan en la primera columna de la Tabla 1, interpretación que, según Culpepper, p.

8 asume la mayoría de los intérpretes.

En efecto, según Bauckham y Rivas el texto del Evangelio de Juan permite entender que estas mujeres eran dos, tres o cuatro, según se coloquen los signos de puntuación.

p.

204-205; p.

496;

La madre de Jesús («su madre») aparece solamente en el Evangelio de Juan.

María Magdalena aparece en todas las escenas de crucifixión, con excepción del Evangelio de Lucas.

También aparece con notable frecuencia otra mujer llamada «María», a la cual Mateo y Marcos identifican a través de sus hijos Santiago y José/Joset.

Hay probabilidades de que esta María sea la misma persona a la que Juan se refiere como «María de Cleopás» (éste último haría referencia al nombre del marido –según la tradición cristiana– o del padre.

Finalmente, en Marcos y Mateo aparece otra mujer mencionada por su nombre: «Salomé».

En Mateo 20:20 aparece como «la madre de los hijos de Zebedeo» la misma mujer que Marcos identifica como «Salomé».

Si se interpreta que las mujeres citadas por los evangelistas son las mismas, se podría inferir que Salomé era, no solo la madre de los apóstoles Santiago y Juan, sino también la hermana de la madre de Jesús.

Sin embargo, el mismo Brown en la obra citada, y Culpepper señalan que el riesgo de realizar esta inferencia es evidente, pues depende de la suposición de que los evangelistas estén nombrando a las mismas mujeres, aunque con diferentes formas de identificación.

pp.

9 y 74 Según Culpepper, p.

9, esta interpretación implicaría que Juan el Apóstol sería sobrino de María, la madre de Jesús.

Esto apoyaría la hipótesis de Juan como «Discípulo Amado» ya que ayudaría a explicar, desde un punto de vista meramente humano, por qué Jesús habría confiado su madre al Apóstol.

A favor de esta intepretación se hallaría la idea de que el Evangelio de Juan, que veló el nombre de Juan el Apóstol, también habría velado el nombre de su madre Salomé.

Contra esta identificación, se han dado muchas otras interpretaciones del nombre «Salomé» que en nada se relacionan con «la hermana de su madre» (por ejemplo la interpretación de Sivertsen de que «Salomé» formaría parte de la familia de José de Nazaret, y no de la de María, madre de Jesús).

R.

Bauckham no coincide con Brown en cuanto a los paralelismos entre los Evangelios.

Los versículos citados en la Tabla 1 contribuyeron al origen de la llamada hipótesis de las « Tres Marías », largamente discutida en la historia del cristianismo.

Las interpretaciones de las identidades de estas mujeres exceden los alcances de este artículo e incluyen argumentos que involucran tanto los principios de diferentes confesiones cristianas como elementos filológicos e históricos.

El pasaje se presta para muy diferentes análisis y razonamientos.

Por ejemplo, Richard Bauckham toma distancia del argumento de Brown al comentar que las identificaciones de la Tabla 1 presentan un sustento racional exiguo, ya que los Evangelios sinópticos establecen que muchas mujeres (que seguían a Jesús desde Galilea) estaban presentes al momento de la crucifixión y que los nombres «María» y «Salomé» eran muy comunes entre las mujeres judías de Palestina.

p.

210 Para Bauckham, Salomé está ausente de la escena en Juan 19:25.

p.

237 En cualquier caso, conviene no perder de vista que en ningún momento el Evangelio de Juan se refiere a la existencia de un parentesco carnal entre la figura del «Discípulo Amado» y la madre de Jesús.

Independientemente de que ese parentesco haya existido o no, el Evangelio parece estar mucho más interesado en señalar a los ojos del lector el surgimiento de un vínculo de orden espiritual entre estos dos personajes (aunque el concepto católico de la maternidad espiritual de María sobre cada creyente es un desarrollo posterior, ya que aparece en Oriente con Jorge de Nicomedia en el siglo IX, como comenta Brown).

p.

1331-1332

Siempre según Raymond Brown, p.

124 la posibilidad de que el apóstol Juan fuese sobrino de María, madre de Jesús, podría ayudar a explicar sus relaciones con el sacerdocio (v.

gr., Caifás) pues María tenía parientes en la familia sacerdotal según el Evangelio de Lucas : María era pariente de Isabel ( Lucas 1:36 ), quien estaba casada con el sacerdote Zacarías ( Lucas 1:5 ).

Independientemente de estos puntos de análisis crítico, existen otras derivaciones apologéticas y populares de las cuales Raymond Brown cita algunas.

pp.

1329-1330 Los versículos de Juan 19:25-27 referidos a la madre de Jesús y al «Discípulo Amado» quizá hayan iniciado la tradición cristiana según la cual Juan el Apóstol, cuando se trasladó a Éfeso, habría llevado consigo a María, madre de Jesús.

Los restos de la Casa de la Virgen María, al sur de la ciudad, son considerados por los cristianos ortodoxos en general como el lugar donde habrían vivido.

p.

65 Esta tradición lleva consigo el aval de la beata mística Anne Catherine Emmerich (1774-1824), quien describió a la perfección la casa sin haber visitado jamás el lugar, y antes de que se realizara el descubrimiento arqueológico de sus restos a principios de la década de 1890.

La existencia de un silencio llamativo

A partir de los datos mencionados se infiere que el Evangelista parece querer guardar la identidad de la figura del «Discípulo Amado» a propósito, siendo que jamás explicita su nombre.

Pero existen en el Evangelio de Juan otras figuras que parecen deliberadamente ausentes, considerando los niveles de importancia que les prodigan otros escritos neotestamentarios.

Esto conduce al que quizá sea uno de los mayores enigmas del Evangelio de Juan a favor de la identificación de Juan, hijo de Zebedeo, como el «Discípulo Amado».

¿Por qué no se hace mención de Juan el Apóstol siquiera una vez en el Evangelio de Juan siendo que, por dar un ejemplo, Simón Pedro es mencionado 40 veces? John Chapman señala este aspecto llamativo del Evangelio de Juan: su silencio absoluto respecto de Juan el Apóstol, de su hermano Santiago el Mayor, y aún de la misma expresión indirecta de «hijos de Zebedeo» que aparece únicamente en Juan 21:2, un apéndice que la gran mayoría de los estudiosos clasifica como un agregado posterior a la redacción del corpus del Evangelio.

Este silencio absoluto es tanto más sugestivo cuanto que Juan el Apóstol aparece 17 veces en los Evangelios sinópticos, Santiago el Mayor 15 veces y la expresión «hijos de Zebedeo» –sin nombrarlos expresamente– 3 veces.

Como se mencionó, en el Evangelio de Juan, el otro apóstol que pertenecía al círculo de predilectos de Jesús, Pedro (mencionado como tal o como «Simón Pedro», «Simón llamado Pedro», o «Cefas») es mencionado 40 veces, lo que significa un número sustancialmente mayor que en los Evangelios de Mateo (26), Marcos (25) o Lucas (29).

Pedro, Simón o Simón Pedro: 40

Andrés: 5

Santiago: 0

Juan: 0

Felipe: 12

Judas –no el Iscariote– (probable Judas Tadeo): 1

Tomás: 7

Judas Iscariote: 11

Número de veces que, según John Chapman, aparecen mencionados algunos de los apóstoles en el Evangelio de Juan.

« La omisión de Juan en Juan » es el subtítulo con el que John Chapman argumenta la ausencia del apóstol Juan (al igual que la de su hermano Santiago) en el Evangelio de Juan.

Este silencio sugestivo, comparable al silencio sobre la identidad del «Discípulo Amado» es, desde el trabajo científico de Chapman, uno de los argumentos más utilizados a favor de la identificación de Juan el Apóstol como «el discípulo a quien Jesús amaba».

Más aún, otros apóstoles del grupo de «los Doce» que no pertenecían a ese círculo de preferencia también son mencionados con frecuencia: Andrés, Felipe, Tomás y Judas Iscariote son mencionados más veces que en cualquier otro Evangelio.

La dificultad permanece: ¿por qué el Evangelio de Juan no menciona a Juan el Apóstol y a Santiago, dos de los tres más reconocidos miembros de la primera comunidad cristiana según los restantes escritos neotestamentarios? El escriturista Luis H.

Rivas, quien sostiene que Juan el Apóstol no es el «Discípulo Amado», señala: «no se ha encontrado una explicación satisfactoria para este silencio».

p.

37

A partir de J.

de Maldonado, se postula una explicación plausible: que la comunidad cristiana de Asia, durante la redacción final del Evangelio de Juan, pudo velar el nombre de Juan el Apóstol bajo el título de «Discípulo Amado», cuya persona y méritos habrían conocido personalmente.

El silencio del Evangelio de Juan sobre la figura de Juan el Apóstol parece tan deliberado como el silencio sobre la identidad del «Discípulo Amado».

Este punto es reconocido por Sanders (quien, recordemos, hipotetiza en contra de la identificación de Juan el Apóstol como el «Discípulo Amado») al decir que se trata de una «argumentación sustancial» a favor de Juan, hijo de Zebedeo.

p.

43

Otros personajes propuestos como «Discípulo Amado»

Se han esgrimido hipótesis muy variadas respecto de la identidad del «Discípulo Amado»: que sería Lázaro, Juan Marcos, o Matías el Apóstol, o Pablo de Tarso, o la mujer samaritana.

También se ha propuesto que sería un sacerdote o alguien allegado al Templo, conocido del Sumo Sacerdote (Juan 18, 15), ya que la figura del «Discípulo Amado» sólo aparece en la segunda mitad del Evangelio, durante la pasión, muerte y resurrección de Jesús en Jerusalén.

Estas opciones, cuyo análisis detallado excede a este artículo, se discuten más ampliamente en otro (« El discípulo a quien Jesús amaba »).

Posiblemente las opciones que más resonancia tuvieron hayan sido la de Lázaro y de Juan Marcos, algunas de cuyas fortalezas y debilidades se comparan de forma esquemática con las de Juan el Apóstol en la Tabla 2, considerando referencias generales, pp.

111-125; pp.

56-88; a las que se suman otras incluidas en la misma tabla.

Corolario

En resumen, existen objeciones para considerar a Juan el Apóstol como «Discípulo Amado», particularmente si no se consideran los elementos en conjunto, sino aisladamente del resto.

Entre éstas se encuentra la dificultad de acceso a la casa de Anás por parte de un pescador de Galilea (aunque en ese pasaje no se explicita que se trate del «Discípulo Amado»).

La necesidad de recurrir a los Evangelios sinópticos para conocer quienes eran los discípulos preferidos por Jesús de Nazaret es también un impedimento en el reconocimiento de Juan el Apóstol como «Discípulo Amado» para quienes apuntan a una interpretación del Evangelio de Juan por sí solo, sin dependencia alguna de los sinópticos.

Cabe, sin embargo, objetar que, en el caso de querer explicar el Evangelio de Juan sin conocimiento alguno de los Evangelios sinópticos, muchas otras de sus expresiones internas quedarían también sin explicación o sustento (por ejemplo, el conocimiento de qué era el grupo de «los Doce»).

Por otra parte, la presentación de personajes (Lázaro, Juan Marcos, Juan el Presbítero, la mujer samaritana, Pablo, etc.) distintos de Juan el Apóstol en calidad de presunto «Discípulo Amado», requiere de llamativos supuestos que parecen satisfacer poco; por ejemplo:

El proceso de identificación racional del «Discípulo Amado» dista mucho de haber llegado a su fin y es difícil que, con los elementos con que se cuenta hoy, se alcance una identificación plena que satisfaga a todos.

Sin embargo este proceso no resultó vano pues permitió enriquecer con numerosos elementos de interpretación, tanto el conocimiento de los académicos en general como la espiritualidad de aquellos interesados por descubrir posibles enseñanzas del Evangelio de Juan (como ejemplo de esto último, se encuentra la interpretación simbólica del «Discípulo Amado» como «el discípulo ideal», que se tratará a continuación).

A partir de Ireneo de Lyon, los cristianos comenzaron a llamar a Juan el Apóstol con el epíteto de «Episthetios» (de epì tò stêthos ), que significa «sobre el pecho» (de Jesús).

De allí que las Iglesias en general continúan interpretando al «Discípulo Amado» como Juan el Apóstol.

Así lo celebra la Iglesia Católica en la liturgia del 27 de diciembre, festividad de «San Juan, Apóstol y Evangelista».

Aún teniendo como opción la elección de alguna perícopa de los Evangelios sinópticos que presente de forma explícita al hijo de Zebedeo, la Iglesia Católica adopta para la liturgia el pasaje correspondiente a Juan 20:2-8, en el cual no se menciona al hijo de Zebedeo, sino al discípulo a quien Jesús amaba.

La imagen del discípulo ideal

Suponiendo que Juan el Apóstol fuera el «Discípulo Amado», aquél «que ha escrito estas cosas» ( Juan 21:24 ), seguramente era reconocido por la comunidad en la que se desarrolló el Evangelio.

Bajo tal supuesto se ha conjeturado que Juan pudo no mencionar su nombre por una cuestión de honestidad intelectual, por creer que el principal inspirador de esos escritos era el Espíritu de Dios, «el más profundo autor del Evangelio de Juan ».

Y también es posible que quisiera dejar, a través de la figura del «Discípulo Amado», una imagen del discípulo ideal.

Alv Kragerud postula que el «Discípulo Amado» sería una figura simbólica.

Para esa interpretación, este autor se basa particularmente en la relación entre el «Discípulo Amado» y Pedro.

Sin embargo, una dificultad para considerar la figura del «Discípulo Amado» solamente como un símbolo es que los restantes personajes asociados al «Discípulo Amado» ( Simón Pedro, la madre de Jesús, y el mismo Jesús ) son considerados por el autor del Evangelio como personajes históricos.

Una yuxtaposición de personajes históricos y simbólicos no tendría mucho sentido.

T.

Lorenzen señala que se debe considerar, además de la figura histórica del «Discípulo Amado», su significado simbólico.

Según R.

Bauckham, la imagen del «Discípulo Amado» en el cuarto Evangelio presenta al autor ideal.

Su especial intimidad con Jesús, su presencia en los eventos clave en la historia y su percepción de su significado lo califica para ser el testigo ideal de Jesús y por lo tanto el autor ideal de un Evangelio.

Por su parte, Raymond E.

Brown sostiene que resulta patente que el «Discípulo Amado» tiene una dimensión figurada, que presenta rasgos de ejemplaridad y que, en muchas formas, es el modelo de cristiano.

Sin embargo -agrega Brown- la dimensión simbólica no significa que el «Discípulo Amado» sea nada más que un mero símbolo.

pp.

120-121

Siguiendo esa línea de pensamiento y considerando la «dimensión figurada» antes mencionada, el discípulo ideal amado por el Señor sería aquél que:

Juan el Apóstol en la literatura apócrifa

Varios « libros apócrifos », que no fueron reconocidos como material inspirado por Dios por parte de las diferentes confesiones cristianas, presentan a Juan el Apóstol en distintos pasajes, como protagonista de relatos prodigiosos, inclusive risueños, escritos buscando quizá despertar la admiración o la simpatía de los lectores.

Sin embargo, algunos pasajes presentes en esos libros permearon las artes e incluso las celebraciones litúrgicas.

No dejan de tener importancia, no solo como fuente de información, sino también como fundamento de un buen número de tradiciones, presentes todavía en nuestra cultura (en el arte, en la literatura y en el folclore).

«Resurrección de Drusiana»

«Martirio de San Juan»

«San Juan en Patmos»

«Ascensión de San Juan»

Detalle

Detalle

Detalle

Detalle

La Storie di San Giovanni Evangelista es un conjunto de episodios atribuidos a Juan el Apóstol en escritos apócrifos y/o patrísticos.

Donatello desarrolló artísticamente la Storia entre 1434 y 1443 en la Sagrestia Vecchia (Antigua Sacristía), uno de los monumentos más importantes de la arquitectura de principios del Renacimiento italiano, al que se accede desde el interior de la Basílica de San Lorenzo de Florencia.

Realizados con la técnica suave y elegante del estuco policromado en tonos blanco, rojo y azul, los episodios se ubican en sendos tondos monumentales de 2,15 m de diámetro situados en las pechinas de la cúpula.

El tratamiento detallado de todos los materiales extracanónicos referidos a Juan el Apóstol excede los alcances del artículo, pero fueron recopilados y revisados.

Entre ellos se destacan los « Acta Iohannis » o « Hechos de Juan », p.

187-205 como así también los «Hechos de Juan en Roma»; p.

205-206 éste último es un nombre dado por Junod y Kaestli a un conjunto de manuscritos que se originaron de forma independiente y que no formaron parte de los Hechos de Juan más antiguos.

De los «Hechos de Juan» cabe citar los pasajes referidos a Juan en Éfeso y sus discursos en esa ciudad, la historia y resurrección de Licomedes y Cleopatra, el templo de Artemisa en Éfeso, la resurrección del sacerdote del templo de Artemisa, los pasajes del parricida y de los gemelos poseídos por demonios, el episodio de las chinches, el ciclo de Drusiana, su muerte y resurrección, la conversión de Calímaco, para finalizar con la metástasis o muerte gloriosa de Juan, la última eucaristía y el pasaje referido a su tumba y a la última oración.

Otros pasajes apócrifos sobre Juan el Apóstol se hallan en los « manuscritos de Nag Hammadi »: el más conocido es el « Evangelio apócrifo de Juan », de temática gnóstica setiana.

En los « Hechos de Juan », material datado aproximadamente de la segunda mitad del siglo II o del siglo III, no se presenta a Juan el Apóstol como un fundador de Iglesias, ni siquiera como guía de comunidades ya conformadas, sino como un comunicador itinerante de la fe, en el encuentro con «almas capaces de esperar y de ser salvadas» ( Hechos de Juan 18:10.23:8).

Celebraciones litúrgicas de Juan el Apóstol

A la hora de reconocer a los hombres insignes del cristianismo del siglo I, las Iglesias cristianas no manifestaron duda alguna respecto de Juan el Apóstol, aun cuando no hubiera muerto martirizado.

El culto del apóstol Juan se consolidó a partir de su ministerio en Éfeso.

Según la tradición cristiana, su tumba se localiza en Ajasoluk, hoy Selçuk, una colina al nordeste de Éfeso.

En ese lugar se erigió primero una capilla, que luego fue considerada insuficiente.

Justiniano edificó allí una basílica tan grande y magnífica que rivalizó con la de Constantinopla dedicada a los apóstoles.

Si bien el culto a Juan en Occidente tuvo inicialmente un tono menor respecto del de otros apóstoles como Pedro y Pablo, la influencia bizantina daría a Juan el Apóstol un lugar de preeminencia a fines de la Edad Antigua y principios de la Edad Media.

Ese reconocimiento se pone de manifiesto hoy según las características propias de cada rito.

La Iglesia Católica Romana lo celebra en su festividad del 27 de diciembre, bajo el título de «San Juan, Apóstol y Evangelista», mientras que la Comunión Anglicana lo llama «Juan, Apóstol y Evangelista» en su calendario litúrgico.

De igual forma y en el mismo día es recordado por la Iglesia Luterana.

Más allá de que, a partir de la Reforma, el contenido del calendario litúrgico y de la liturgia misma fuera considerado responsabilidad de la región en que se encontraba cada Iglesia protestante, la festividad referida a Juan se mantuvo con llamativa consistencia acompañando el tiempo de la Natividad.

Recientemente, el teólogo litúrgico Philip Pfatteicher desarrolló su objetivo de proporcionar un calendario común para luteranos, metodistas, presbiterianos y episcopales, con paralelismos con el calendario católico romano, de forma de reflejar la comprensión actual de los santos y de sus celebraciones.

En su obra presenta la celebración de «San Juan, Apóstol, Evangelista» el día 27 de diciembre, lo cual sugiere la solidez de esta festividad en los diferentes ritos cristianos.

En los orígenes de la festividad, se celebraba conjuntamente a Juan y a su hermano Santiago el Mayor el día 27 de diciembre: ambos nombres aparecen juntos en el Calendario Cartaginés, en el Martyrologium hieronymianum (Martirologio jeronimiano, siglo VI) y en los libros litúrgicos galicanos.

Pero en Roma, ya desde fechas tempranas, la fiesta fue reservada a San Juan únicamente.

Más aún, en el Calendario Tridentino se conmemoraba a Juan hasta el día 3 de enero inclusive, es decir, la octava de la festividad del 27 de diciembre.

Esta octava fue suprimida, junto con otras, por el Papa Pío XII en 1955: solamente las octavas de Pascua, Navidad y Pentecostés se continuaron celebrando.

Además de la octava del 27 de diciembre, el Calendario Tridentino celebraba también la festividad de San Giovanni a Porta Latina ( San Juan ante la Puerta Latina ) el 6 de mayo.

Esta celebración se asociaba con la referencia de Tertuliano, según la cual San Juan fue llevado a Roma durante el reinado del emperador Domiciano, y arrojado en una caldera de aceite hirviendo, de la que fue preservado milagrosamente, saliendo ileso.

En conmemoración, se levantó un oratorio o templete en el lugar, que lleva el nombre de San Giovanni in Oleo y cuya última refacción es de Gian Lorenzo Bernini.

A pocos metros, se alzó la Basilica di San Giovanni a Porta Latina, cuya primera fase de construcción paleocristiana se documentó arqueológicamente entre los siglos V y VI d.C.

Fue consagrada por el Papa Adriano I en 780.

Como se observa en la Tabla 3, confeccionada con datos obtenidos de las fuentes primarias indicadas, las celebraciones a San Juan se registraron en la liturgia de Occidente en general ( Occidentales Liturgiae ) y en diferentes calendarios y martirologios antiguos en particular.

Las mayores diferencias radican en la inclusión o no de la antigua festividad de Juan ante la Puerta Latina.

La festividad católica de San Juan ante la Puerta Latina fue eliminada, junto con otras del Calendario General Romano por el papa Juan XXIII en su Rubricarum instructum del 25 de julio de 1960, con el fin de evitar la duplicación de festividades de un mismo santo.

Por esa razón, se registra en el Misal romano del 17 de enero de 1957, pero no en el Misal romano de Juan XXIII, del 23 de junio 1962.

El 26 de setiembre se celebra en la liturgia ortodoxa oriental el «Reposo del Santo Apóstol y Evangelista Juan el Teólogo» (pues se lo considera autor del Evangelio de Juan, de las I, II y III Epístolas de Juan, y del Libro del Apocalipsis).

La «partida» de Juan el Apóstol se menciona en el Menologio de Constantinopla y en el Calendario de Nápoles en esa fecha.

En el rito armenio se celebra a los «Santos Apóstoles Santiago y Juan, "Hijos del Trueno"», usualmente el 29 de diciembre.

En el rito ortodoxo siríaco se celebra al «Apóstol Juan, el Evangelista» el 8 de mayo.

Por su parte, el Synaxarium de la Iglesia Ortodoxa Copta conmemora la «partida de San Juan el Evangelista y Teólogo» en el cuarto día del mes tobi (quinto mes del calendario copto).

Considera como año de su partida el 100 d.C., y afirma que él predicó en Éfeso, ciudad habitada por gente de dura cerviz, acompañado por su discípulo, el diácono Prócoro.

El Synaxarium copto establece que San Juan el Evangelista vivió más de 90 años, y que solía ser llevado a las reuniones de los creyentes, según lo comentado por San Jerónimo más arriba.

Le atribuyen el Evangelio que lleva su nombre, así como el Libro del Apocalipsis, y las tres epístolas joánicas.

La Iglesia copta señala que Juan murió en Éfeso a una edad avanzada.

Algunas características que le atribuye el cristianismo

Algunas de las características que el cristianismo asocia a Juan el Apóstol son consecuencia de atribuirsele los llamados «escritos joánicos» (Evangelio de Juan, Apocalipsis y I, II y III Epístola de Juan) e identificársele como «el discípulo a quien Jesús amaba», atribuciones e identificación cuyos alcances ya se discutió en secciones anteriores.

Entre esas características que el cristianismo le atribuye se destacan dos:

1) su visión y su misticismo.

2) su lenguaje, por el cual se lo llama el «Apóstol del Amor»

Su visión y su misticismo

«El que lo vio lo atestigua y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis» ( Juan 19:35 ).

Quienes sostienen que el discípulo al que Jesús amaba era el propio Juan (ver referencias anteriores), consideran asímismo que el testigo ocular del que habla el Evangelio de Juan sería el mismo Apóstol: él «vio y creyó» ( Juan 20:8 ).

El águila «es el símbolo del apóstol Juan».

¿Por qué? El águila es el pájaro solar, imagen del fuego, de la altitud, de la profundidad y de la luz.

Es el ave que posee una vista penetrante, comparable al «ojo que todo lo ve», capaz de elevarse por encima de las nubes y de mirar fijamente el sol.

Simboliza todo estado trascendente, la potencia más elevada, la contemplación, el genio y el heroismo.

Es el símbolo de la ascensión espiritual, que la mantiene elevada en las alturas.

Hay quienes consideran que las palabras de Juan son para la meditación, porque nacieron de la meditación y contemplación.

De allí que se pueda considerar al Evangelio de Juan como una de las cumbres de la mística experimental cristiana.

Evelyn Underhill, la escritora y pacifista inglesa venerada por la Iglesia de Inglaterra y conocida por sus numerosos trabajos sobre misticismo cristiano y psicología, definió al Evangelio de Juan como «el más difícil y fascinante de los libros», y escribió de él:

«A partir de un examen imparcial del libro en sí, un dato parece emerger: que su poder, que su originalidad audaz, y sus características únicas sólo pueden explicarse como el fruto de una experiencia interior profunda, una experiencia tan intensa que se parece al yo, que posee una verdad mucho más profunda que cualquier evento meramente externo.

No es un tratado, no es una biografía, no es un documento polémico.

Aunque la mente de su autor estaba impregnada en la teología de San Pablo y perfectamente familiarizada con la filosofía judeo-helenística popular en su tiempo, su autor era principalmente un vidente místico.»

En línea con lo anterior, Orígenes escribió en el siglo III: «Nadie podrá comprender el sentido (del Evangelio de Juan) si no ha reposado sobre el pecho del Señor y no ha recibido de Jesús a María, convertida así en madre suya».

Su lenguaje

En comunidades dinámicas de contacto de grupos y lenguas, los individuos definen su posición social no sólo mediante la selección de una variedad lingüística concreta, sino que demuestran su relación con diferentes grupos a través de la mezcla de elementos pertenecientes a diferentes variedades o «lenguas».

Por lo tanto, el lenguaje es un descriptor de la personalidad y de la relación con el grupo en que se vive.

Y comparando la cantidad de veces que aparecen algunos términos en el Evangelio de Juan, en los Evangelios sinópticos y en los Hechos de los Apóstoles (Tabla 4), se ve con claridad la importancia que Juan otorga a considerar a Dios como «Padre», y a vivir la «vida» verdadera, es decir, «permanecer» en el «amor», la «luz» y la «verdad».

Quien así vive, «conoce» a Dios, «cree» en él, y «da testimonio» de él.

El uso de términos vinculados al «amor» y a la «verdad», tanto en el Evangelio como en las Epístolas joánicas, como también la asociación de Juan el Apóstol con el «Discípulo Amado», favoreció la veneración de Juan como «Apóstol del amor».

Algunos teólogos contemporáneos manifiestan una postura contraria respecto del uso de tales términos, mientras que otros continúan utilizando los títulos de «Apóstol del amor» y «Apóstol de la verdad» para referirse a Juan el Apóstol.

San Juan en las artes

Buena parte de las obras de arte dedicadas a San Juan hacen referencia al carácter de «Evangelista», aunque no faltan las que lo reconocen en carácter de «Apóstol».

Al hacer referencia artística a «Juan el Evangelista», tanto en la edificación de Basílicas o Iglesias, en la realización de estatuas u obras pictóricas, los autores no lo hicieron ciertamente para celebrar a Juan el Presbítero, figura de la cual ninguna conmemoración específica se tiene.

En efecto, Juan el Apóstol tiene un relieve incomparable con el de sus otros homónimos, Juan el Presbítero y Juan Marcos.

Desde el Medioevo y hasta nuestros días, los artistas que evocan a Juan como Evangelista consideran que «el Apóstol es el Evangelista».

Las obras maestras fueron realizadas siguiendo la liturgia de la Iglesia, y el común sentir de los fieles.

En tal sentido, se considera intelectualmente honesto incluir las referencias a esas obras en este artículo.

En la arquitectura

Entre las innumerables basílicas e iglesias dedicadas a San Juan, se destacan:

En la escultura

Entre las numerosas esculturas y tallas que tienen como tema a San Juan, cabe citar:

Por otra parte, San Juan suele formar parte de grupos escultóricos, junto a Cristo y a la Virgen de los Dolores, como la imagen tallada por el artista Don Inocencio Cuesta López en 1943.

Es representado con larga túnica, las manos juntas, el rostro perfilado por una barba recortada y bigote juvenil.

En la pintura

En las artes pictóricas, Juan el Apóstol ha sido tratado en una profusa serie de motivos clásicos, y sus representaciones alcanzan varios centenares.

Entre ellas, cabe citar:

El arte cristiano medieval suele representar a San Juan el Evangelista con sus atributos: un águila, simbolizando la altura espiritual del Evangelio, la pluma y el rollo o libro.

El cáliz como símbolo de San Juan, representación que de acuerdo a varias autoridades no fue adoptada hasta el siglo trece, se interpreta a veces en referencia a la Última Cena, y también en conexión con una leyenda apócrifa según la cual fue ofrecida a San Juan una copa de vino envenenado de la que, tras su bendición, salió el veneno en forma de serpiente.

Quizá la explicación más natural se encuentre en las palabras de Jesús de Nazaret a Juan y Santiago: «Mi cáliz, de hecho, lo beberéis» ( Mateo 20:23).

En la literatura

Entre las obras literarias que hacen referencia a Juan el Apóstol, la Divina Comedia de Dante Alighieri ocupa un lugar excluyente como exponente máximo de la literatura italiana y probablemente uno de las diez más encumbrados de la literatura universal.

En su travesía por las gradas superiores del Paraíso acompañado de su amada Beatriz, sube el Dante al octavo cielo de las estrellas fijas donde dice no poder describir todo lo que ve.

Allí es indagado por 3 sapientes y muy particulares «profesores», Pedro, Santiago (a quien se refiere como «el varón por quien allá abajo Galicia se visita») y Juan el Apóstol («este es aquel que reposó sobre el pecho»), quienes lo examinan respectivamente sobre la fe, la esperanza y el amor-caridad (Paraíso, Cantos XXIII al XXVII).

Cuando aparece San Juan como la luminaria apostólica mayor y señor del amor (El Paraíso, Canto XXV, 100-139), Dante pierde la vista por exceso de luz al querer mirarlo.

Como el que contempla y se ingenia

de ver cómo eclipsa el Sol un poco,

que por verlo, no vidente queda,

así quedé yo ante aquel último fuego,

mientras se decía: ¿Por qué te ciegas

San Juan interroga a Dante sobre el amor-caridad, cuál es su objeto, los motivos que lo mueven al amor a Dios y al amor al prójimo.

Luego de responder a las preguntas del apóstol, y por mediación de Beatriz, Dante recupera la vista.

Así, Dante Alighieri presenta a Juan el Apóstol guardando fidelidad a la imagen que del mismo tienen los creyentes, quienes lo consideran el «Apóstol del amor» por antonomasia.

Adam de Saint-Victor, considerado el más importante poeta latino de la Edad Media, dedica a San Juan el poema titulado « Jocundare plebs fidelis », además de distintas secuencias.

El poeta lírico alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843) incluye explícitamente a Juan el Apóstol en su obra « Patmos » (1802), un himno notable donde incorpora distintos aspectos de la espiritualidad joánica.

El poeta norteamericano Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882) se inspira en la leyenda de San Juan errante por la tierra hasta el retorno de Cristo para su obra « San Juan » (« Saint John »), que se subtitula « Saint John wandering over the face of the earth ».

Además menciona a Juan el Apóstol en su « John Alden ».

El famoso poeta y dramaturgo inglés Robert Browning (1812-1889) también se inspira en la figura de Juan el Apóstol para su obra « A Death in the Desert », que forma parte de su « Dramatis personae » (1864).

Robert Browning, conocedor de la crítica racionalista que arrecia contra la figura de Juan, responde así a los trabajos de Ernest Renan y de David Friedrich Strauss, quien mitifica al Evangelio de Juan.

« A Death in the Desert » fue catalogada por William Temple como «la más penetrante interpretación de San Juan que existe en la lengua inglesa».

En la música

Meses después de iniciar su tarea en Leipzig, Johann Sebastian Bach estrena su « Johannes-Passion » o « Pasión según San Juan » (BWV 245), el viernes santo de 1724 en la Iglesia de San Nicolás (Leipzig).

Es una obra para voces solistas, coro y orquesta que tiene por origen los capítulos 18 y 19 del Evangelio de Juan, aunque cuenta también con otras fuentes.

La intención de Bach para esta obra es mantener vivo el espíritu de la congregación en el culto.

La zarzuela «San Juan del Monte», compuesta en 1920 por Basilio Miranda con letra de Tomás Nozal, es una derivación de las Fiestas de San Juan del Monte.

Es posible que la figura de «San Juan del Monte» sea legendaria, ya que no existe un santo canonizado con ese nombre.

La fiesta comenzó a realizarse el 6 de mayo, en conjunto con la celebración de San Juan ante la Puerta Latina.

Es probable que, con el paso del tiempo, la fiesta haya derivado hacia costumbres más localistas, en que se considera a San Juan como ermitaño.

Hoy, esta fiesta popular es la segunda en importancia en España.

En la cinematografía

En un sitio web, cuyo objetivo es informar sobre la aparición de figuras específicas en películas cinematográficas y miniseries para televisión, se señala que la figura de Juan el Apóstol se interpreta en más de 60 títulos, a veces como protagonista.

Entre otras, cabe mencionar las películas: «The King of Kings» ( Rey de Reyes, 1927) con Joseph Striker como Juan; «King of Kings» ( Rey de Reyes, 1961), con Antonio Mayans como Juan el Apóstol; «The Greatest Story Ever Told» ( La historia más grande jamás contada, 1965), con John Considine como Juan; «Jesus of Nazareth» ( Jesús de Nazaret, Partes I y II, 1977) con John Duttine en el papel de Juan; «Peter and Paul» (Pedro y Pablo, 1981; TV), con Giannis Voglis como Juan; «St.

John in Exile» (San Juan en el Exilio, 1986), con Dean Jones como San Juan; «San Giovanni - L'Apocalisse» (San Juan – El Apocalipsis, 2002) (TV), protagonizada por Richard Harris como Juan, y «The Passion of the Christ» ( La pasión de Cristo, 2004), con Hristo Jivkov como Juan.

El nombre de «Juan» entre los cristianos

Iohannes (Juan) es uno de los nombres utilizados con mayor asiduidad por los cristianos, en recordatorio de dos figuras excluyentes del cristianismo: San Juan el Bautista y San Juan el Apóstol.

En ciertos períodos, fue tan acostumbrado su uso que se llegaron a acuñar expresiones como «Juan del Pueblo» (por antonomasia, cualquier hijo del pueblo o el pueblo mismo) y «Juan Español» (por antonomasia, el pueblo español).

El nombre de Juan es el más adoptado por los Papas de la Iglesia católica: un total de 23 veces.

El último, Juan XXIII, al manifestar el nombre que elegía para su pontificado, dijo:

«Elijo Juan...

un nombre dulce para nosotros porque es el nombre de nuestro padre, querido para mí porque es el nombre de la humilde iglesia parroquial donde fui bautizado, el nombre solemne de innumerables catedrales esparcidas por todo el mundo, incluyendo nuestra propia basílica San Juan de Letrán.

Veintidós Juanes de legitimidad indiscutible (que han sido Papas), y casi todos tuvieron un breve pontificado.

Hemos preferido ocultar la pequeñez de nuestro nombre detrás de esta magnífica sucesión de Papas Romanos.

Amamos el nombre de Juan, porque nos recuerda a Juan el Bautista, precursor de nuestro Señor...

y al otro Juan, el discípulo y evangelista, quien dijo: "Hijos míos, ámense unos a otros, ámense unos a otros porque este es el gran mandamiento de Cristo." Tal vez podamos, tomando el nombre de esta primera serie de Papas santos, tener algo de su santidad y fortaleza de espíritu, incluso -si Dios lo quiere- hasta el derramamiento de la propia sangre.»

Llamativamente, «Juan Pablo», que conlleva los nombres de dos apóstoles de Jesús de Nazaret, es el único nombre compuesto utilizado por los Papas, el último de ellos Juan Pablo II.

Asimismo, en la Lista de los Patriarcas Coptos de Alejandría, 19 llevaron el nombre de «Juan».

Legado de Juan el Apóstol

A diferencia de la mayoría de las representaciones occidentales de Juan el Apóstol, que lo figuran como «eternamente joven», en la iconografía bizantina se lo representó como un hombre anciano, con barba, y en intensa contemplación, con la actitud de quien invita al silencio.

Estas representaciones parecen querer indicar que la sabiduría de las palabras de Juan nació del tiempo y del silencio.

Aquel impulsivo «hijo del trueno», quien cuando joven quiso hacer bajar fuego del cielo para aniquilar a quienes no recibían a Jesús, luego de conocerlo en profundidad, terminó por proponer el amor y el silencio como camino de testimonio y de conocimiento.

Así lo entendió Atenágoras I, el Patriarca ecuménico de Constantinopla, cuando afirmó: «Juan se halla en el origen de nuestra más elevada espiritualidad.

Como él, los "silenciosos" conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se enciende» (O.

Clément, Dialoghi con Atenagora, Turín 1972, p.

159; citado por R.

Vignolo).

Quizá ese sea uno de los mayores legados de Juan, el Apóstol.

Notas

"Deberíamos tornar hacia una mucho más respetuosa y cuidadosa escucha de los padres de los tres o cuatro primeros siglos.

Al decir esto significo incluir no sólo la vasta colección de evidencias del siglo segundo (...) que demuestra que Juan era mucho más conocido y mucho más ampliamente utilizado de lo que muchos de nosotros sospechamos, sino también la evidencia más específica respecto de la autoría del cuarto Evangelio.

Los fragmentos de Papías, por ejemplo, dan lugar a preguntas complejas.

Pero algunos de nosotros manejamos esas fuentes –desechando la evidencia patrística de fondo o eligiendo las partes más esotéricas y menos fiables– de formas que los clasicistas competentes nunca harían.

Alejarse de la mayor parte del material y luego proponer que el Discípulo Amado es una (identificación) clave para Lázaro o la mujer samaritana es metodológicamente bizarro."

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